Créditos: Pablo Bernasconi // @pablobernasconi73

Para algunas personas no sorprende que periódicos como Milenio, El Universal y Reforma, por su carácter de medios tradicionales, difundan información atestada de prejuicios como parte de su línea editorial; sin embargo, lo preocupante de ello es que, en nombre de una supuesta objetividad, difundan como afirmaciones información sin demostración ni evidencia alguna.

El ocho de junio de este año, Milenio Diario a través de su plataforma digital, publicó una noticia sobre una joven estadounidense llamada Amber Hoffman, quien subió una foto desde su Facebook donde mostraba un antes y un después de su consumo problemático a ciertas sustancias.

A pesar de la brevedad de la nota, desde el titular, la selección de la imagen y la narrativa (donde destacan afirmaciones sin sustento), ofrece una visión particular que responde a la reproducción de los principales postulados prohibicionistas respecto al consumo de sustancias psicoactivas. 

Al hacer un análisis de lo expuesto, se encuentran tres prejuicios notorios y comunes, no sólo en la nota que nos sirve como ejemplo, sino dentro del periodismo mexicano:

1. Poner en una misma clasificación a todas las sustancias bajo el término “droga”

2. Consumir sustancias psicoactivas es sinónimo de adicción 

3. Cualquier persona puede “salir” de las adicciones si se lo propone

¿Por qué es importante hacerle frente a los prejuicios instaurados por la agenda prohibicionista?

La historia como estudio y como escritura del devenir en el momento mismo de su suceder (tarea evidentemente periodística), quizá nazca como Marc Bloch dijo: en la tendencia a pensar que al hallar los antecedentes temporales de un proceso, descubrimos también los fundamentos que lo explican. El principio como origen pero también como fundamento, como explicó Luis Villoro, en su ensayo El Sentido de la Historia, permite una reflexión más profunda sobre las causas y premisas con las que construyen los medios sus prácticas comunicativas.

Responder a los intereses del prohibicionismo, conscientemente o no, impele a cuestionar cuáles son los motivos y consecuencias de este punto de vista así como la tarea de los medios de comunicación para superar paradigmas que han causado más daños que lo que intentaron resolver.  

Hagamos un breve repaso

El prohibicionismo, definido como paradigma sobre el que se levantan las reglas, normas y castigos sobre la relación humana con sustancias psicoactivas, tiene como objetivo salvaguardar determinado estilo de vida considerado como correcto. 

Al ser paradigma, de acuerdo con la definición de Thomas Kuhn —ocupado principalmente por la filosofía de la ciencia—, está constituido por conocimientos, valores, métodos y prácticas aceptadas que permiten la interpretación del mundo en determinado momento histórico. 

Si nos remontamos aunque sea tangencialmente a su origen, podemos hablar de la Volstead Act o Ley Seca o de la Prohibición en Estados Unidos, la cual entre 1919 a 1933, consideró ilegal la producción, distribución y venta de alcohol en el territorio del norte continental. 

En términos jurídicos, la Volstead Act repercutió de manera considerable en los países occidentales a causa de la injerencia e influencia de E.E.U.U. en la agenda política internacional. Sin embargo, limitar el análisis al ámbito de las políticas institucionales sería silenciar las raíces socioculturales de la prohibición. 

Juan Carlos Mansilla, licenciado en Psicología y director del Centro de Estudios en el Fenómeno de las Drogas y Problemáticas Asociadas de la Universidad del Museo Social Argentino, en su participación en el libro Un Libro Sobre Drogas, escribe que, en realidad, “los orígenes de la restricción sobre usos de sustancias psicoactivas son ante todo étnicos, sociales y políticos”, encontrándose primero en el terreno de la etnofobia, el clasismo y el racismo enraizado en las estrategias de colonización en el continente latinoamericano. 

Uno de los ejemplos de lo anterior, es la marihuana, cuyo uso social y ritual por nativxs, curanderxs, esclavxs y sectores vulnerabilizados, cargaba con una mirada de desprecio por quienes, en situación de poder y privilegio, temían el degeneramiento de las “buenas costumbres” (blancas, occidentales y masculinas). 

Más recientemente, el uso del cannabis por parte de inmigrantes mexicanxs que por su condición socioeconómica se ven orilladxs a desplazarse hacia Estados Unidos, generó un rechazo total por parte del país imperialista, y no precisamente por la sustancia en cuanto tal sino por formar parte de las prácticas culturales de un sector estigmatizado por su procedencia latina, su color de piel y su desplazamiento económico dentro de las lógicas capitalistas. 

Lo mismo pasó con el opio, vinculado a la población china y la cocaína con la población afrodescendiente, según explica en su investigación Juan Carlos Mansilla.  

Podemos observar que la razón intrínseca de las leyes criminalizantes del uso de sustancias y cualquier otro tipo de relación con ellas, tiene un origen colmado de violencias y epistemicidos hacia grupos no europeos y estadounidenses. Y como la historia muestra, tal violencia culminó con su propia legitimación en los discursos científicos e institucionales, en nombre de lo bueno, lo verdadero (como conocimiento “objetivo”) y lo justo.

¿Es posible seguir creyendo en la objetividad tras observar cómo este concepto justificó por siglos tanta violencia?

Vía 9GAG.COM

Al parecer los periódicos más leídos en México lo hacen (cosa que tampoco se ha podido demostrar), por lo menos en sus manuales de estilo y códigos de ética, aunque en su tratamiento informativo y su criterio seleccionador, entre lo que dicen y lo que no, pregonen desinformadamente estigmas en las audiencia. 

Todxs tenemos un horizonte de pensamiento que puede reducirse, modificarse o transformarse en pro de un debate colectivo conducente a la estipulación de consensos, según el interés en cuestionar las narrativas imperantes sobre la realidad. 

Con la objetividad como estrategia o escudo periodístico, la intención de no tomar postura inclina a tales medios a difundir información de manera acrítica. 

Héctor Joel Anaya, actualmente estudiante de la maestría en Comunicación en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, mencionó en entrevista para La Dosis, que “la objetividad es algo que le ha traído al periodismo mexicano grandes problemas”, pues con en el afán de la objetividad se construyen noticias dedicadas a reproducir los discursos socialmente legitimados de los que se vale la narrativa periodística sobre drogas en México.

Al preguntarle sobre los errores en los que incurren los medios de comunicación para abordar este tipo de temáticas, respondió la necesidad de no definirlos como “errores” sino como “prácticas periodísticas internalizadas dentro de las redacciones, en lxs reporterxs y en las lógicas de los periódicos”. Explica que el periodista está inmerso en la misma cultura criminalizante porque es la que se le inculca en la sociedad, en la escuela, en la televisión y en la misma literatura científica. 

“Así mismo también hay que pensar cuál es el papel de los medios de comunicación como agentes corporativos cuyo objetivo es vender noticias. (…) Los medios van a seguir construyendo estos estereotipos porque son rentables. El negocio es vender sangre, enfermos y ese tipo de narrativas que se internalizan en las sociedades”.

Aunque como dijo Joel Anaya, no podemos exigirle mucho a los medios que se rigen bajo sus intereses políticos y económicos, consideramos imprescindible, señalar críticamente y con evidencia cuáles son las afirmaciones hechas por Milenio y que a su vez se proyectan en la mayoría de los medios de comunicación al abordar temáticas referentes al consumo problemático de sustancias.

En La Dosis nos acercamos a fuentes documentales, personas y a una organización especializada en materia, las cuales nos ayudaron eliminar al menos tres prejuicios encontrados en la nota de Milenio. 

PREJUICIO 1: Todas las drogas la droga o la creencia de que todas las drogas son una misma cosa

Créditos: Patricio Betteo // @patriciobetteo

En el capítulo titulado “Evolución de las Sustancias Psicoactivas en la Naturaleza” del libro Un Libro Sobre Drogas, Diego Gurvich, biólogo y doctor en Ciencias Biológicas y Ezequiel Arrieta, médico y becario doctoral del CONICET, Argentina, explican lo siguiente: 

“El término ‘drogas’ encierra un concepto estigmatizante y extremadamente poco preciso, ya que esta palabra no sólo abarca un grupo enorme de compuestos químicos que hacen una infinidad de cosas (como los antibióticos o el ibuprofeno), sino que además su uso genera una ilusión en la población general de que el alcohol, el tabaco o la cafeína, por ejemplo, no forman parte de la abultada montaña de sustancias que identificamos como “las drogas”. 

En la misma línea,  el psicólogo argentino por la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Rosario, Acompañante Terapéutico y editor de la editorial alternativa Libros Enteogénicos, Federico Rosetti, aclaró para La Dosis:

“No es que sea errado llamar ‘drogas’ a todas esas sustancias, indistintamente de su naturaleza. La falencia está en no especificar, luego, a qué categoría pertenecen”. 

En el caso de la nota de Milenio, Federico nos recuerda el uso indiscriminado hecho a ciertos términos: “se utiliza indiscriminadamente estupefaciente para cualquier droga, cuando la etimología de esta palabra se refería, originalmente, a los opiáceos: stupere-facere, que causa estupor. Lo mismo se aplica a narcótico, que produce narcosis, es decir, somnolencia y sueño”, explicó. 

Los investigadores sugieren emplear el término Sustancias Psicoactivas tanto porque su definición elimina toda referencia a la legalidad e ilegalidad del enfoque prohibicionista, como porque su uso permite entender la multidimensionalidad de lo que abarca.

¿Qué son, entonces, las sustancia psicoactivas? Son compuestos químicos capaces de cambiar o alterar el funcionamiento de la mente, como el estado anímico, la sensación de placer y dolor, la conciencia, la percepción, los procesos reflexivos y creativos y el estado de alerta, entre otras funciones psicológicas. 

De acuerdo al componente químico, su origen, las alteraciones mentales provocadas y el tipo de consumidor (que puede variar entre el ser humanx y el resto del reino animal), entre otros factores, se determinan subclasificaciones: depresoras, estimulantes, psicodélicas y neurolépticas. 

“En definitiva, que el orden jurídico, sus leyes y clasificaciones en torno a estas sustancias, tampoco refleja en absoluto una realidad científica-farmacológica, sino tan sólo un punto de vista histórico-político”, indicó Rosetti.  

Cuando un medio de comunicación coloca en una misma caja clasificatoria la palabra “droga” sin contextualización exacta de la sustancia empleada, a la que además se le añaden palabras como “flagelo”, “vicio”, “catástrofe” o “terror” (en el caso de Milenio), la imprecisión conduce a una interpretación reduccionista y moralina sobre lo “bueno” y lo “malo” por parte de las audiencias sobre temas complejos que requieren precisión y evidencia explicativa. 

Por su parte, Juan Carlos Mansilla vía correo electrónico nos respondió que “ese tipo de noticias que levantan y construyen los medios creo que muestra un extremo del consumo de drogas con base a un estereotipo muy vendible: infeliz con drogas - feliz sin drogas.  Y sabemos que esto no es así. Es una manera de replicar el estigma, concepto muy estudiado en el campo de las representaciones sociales de los adictos”.

Surgido en Barcelona, España, Energy Control es un colectivo de personas que, consumidoras o no, se preocupan por el uso de drogas en espacios de fiesta y en la sociedad en general. Desarrollan estrategias de Gestión de Placeres y Riesgos, asesoramiento y formación sobre drogas. 

Parten del respeto al consumo recreativo y pero sobre todo del reconocimientos de la existencia de formas de consumo con pocos riesgos y otras extremadamente arriesgadas.

TAL VEZ TE INTERESE: REDUCCIÓN DEL RIESGO Y DAÑO, LABOR INFROMATIVA DURANTE LA EMERGENCIA SANITARIA: 

Claudio Vidal, uno de sus integrantes de la organización española, nos hizo énfasis en que “todas las atribuciones negativas que se realizan al término ‘droga’ se acompañan prejuicios hacia las personas que ‘usan droga’ y desencadena procesos de estigmatización que acaban generando aún más daños. Una persona que acaba teniendo problemas con las drogas ha sido vista como débil, enferma y/o delincuente (y a veces de las tres maneras a la vez) porque, al fin y al cabo, y siguiendo una nefasta lógica imperante durante mucho tiempo, ¿quién en su sano juicio se acercaría a la ‘droga’?”

PREJUICIO 2: Si consumes drogas eres adictx

Jamás tuve problemas con las drogas, eran con la policía. Créditos: Pablo Bernasconi // @pablobernasconi73

Según el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas (NIDA), el 90% de quienes consumen sustancias no tienen problemas graves derivados al consumo.  Aunque si bien “consumir drogas no es necesariamente sinónimo de adicciones, sí constituye una conducta de riesgo”, nos explicó Juan Carlos Mansilla, y tales riesgos pueden ser de tipo físico, psicológico y social.

La definición de adicción instaurada y reproducida en los medios de comunicación, parece explicarse por falta de fuerza de voluntad, de fe o por problemas morales relacionados con la perversión de la personalidad, sobre todo en la línea científica de la toxicomanía. 

“La idea de que el uso per se de una droga es sinónimo de adicción, se ha instaurado gracias a la pretendida “guerra contra las drogas”, producto de las agendas políticas prohibicionistas y de moral puritana abstencionista. Y como señala Antonio Escohotado: 

A nadie parece asombrarle que la cruzada farmacológica haya sido puesta en marcha por un obispo anabaptista y algunos misioneros, ni que la reglamentación en vigor sobre psicofármacos sea elaborada en las comisarías y posteriormente asumida por la autoridad sanitaria”, 

Explicó Rosetti al cuestionar sobre las razones del prejuicio.

Es necesario aclarar que una parte de los y las consumidoras (a veces una muy pequeña como el 10% expresado por NIDA), desarrollan una adicción. 

Siguiendo con la línea de investigación de Diego Gurvich y Ezequiel Arrieta, la acepción de adicción es la de una enfermedad denominada Trastorno por Dependencia a Sustancias, caracterizada por el consumo compulsivo de sustancias psicoactivas, la cual desarrolla ciertos patrones de conducta específicos: 

  • Búsqueda de la sustancia adictiva

  • Disminución del tiempo destinado a actividades que antes eran importantes para el individuo 

  • Existencia de repetidos y frustrados intentos por dejar el consumo

  • Desarrollo de tolerancia y abstinencia, entre otros. 

Las adicciones existen y son problemas de salud, no de las fuerzas de seguridad, mencionó Federico, explicando que la dependencia no sólo se da en drogas, sino que “pueden darse en forma de furor laborandi (workaholism) hacia el dinero, ir de shopping compulsivamente, los juegos (virtuales o no), las redes sociales, la televisión, el sexo, las relaciones… Cualquier hábito que genere dependencia (física o psicológica) y abstinencia en su ausencia, es pasible de ser llamado adicción”. 

¿Cuáles son los factores que aumentan o disminuyen la posibilidad de que una persona tenga consumo problemático? 

Claudio Vidal, de Energy Control, respondió que “tienen que ver con la persona (sus características personales, la edad con la que se inicia), con el entorno (si favorece o limita las oportunidades de desarrollar un consumo problemático), con las propias sustancias y las formas en que se consumen (unas más propensas que otras a acabar en consumo problemático), etc.”, pero dichas características sólo aumenta o disminuyen el riesgo, no lo evitan. 

“Tener una familia estructurada, poseer habilidades sociales y una buena autoestima (…) por ejemplo, pueden ser factores de protección, entre otros, pero aún así puede haber personas que acaben desarrollando un consumo problemático”, concluyó. 

Por otro lado, las condiciones estructurales del contexto donde la persona se desarrolla son determinantes. Podemos hablar de la pobreza, la falta de ofertas culturales o la propaganda anti-drogas. 

Son muchas las personas que consumen de manera responsable, desde depresoras como la heroína hasta sustancias menos tendentes a desencadenar adicción, como la psilocibina, sustancia activa de los hongos alucinógenos. 

SI QUIERES SABER MÁS DE LA PSILOCIBINA, LEE NUESTRA ENTREVISTA EN EL SIGUIENTE LINK: 

Al respecto de consumos de sustancias psicoativas que forman parte del 90% no adictivo, Fede recuerda el uso ancestral sobre lo que conocemos como psicodélicos: 

“Las drogas psicodélicas han demostrado ser de las más seguras (bien utilizadas, en condiciones controladas), y tener un potencial terapéutico enorme, incluyendo el tratamiento de adicciones. Son compuestos que no generan dependencia, que inclusive la combaten, favoreciendo la neuroplasticidad, conexiones sinápticas nuevas, profundas reconfiguraciones mentales y de la personalidad“. 

PREJUICIO 3: Todas las personas adictas “salen adelante” sólo con voluntad

“A pesar de que lo ideal sería no caer en el juego de las drogas, quienes ya están en uno, tienen la esperanza de salir adelante”, escribió la redacción de la plataforma digital de Milenio. 

“Dejar las drogas”, aunque en realidad habrían querido decir rehabilitarse de la dependencia a ciertas sustancias, es pintada casi de manera milagrosa tras ver el antes y el después de Amber Hoffman, la joven de la nota. 

Si se continúa con la misma tendencia a definir a las adicciones como una cuestión meramente moral, en la que el Estado paternalista limita las libertades individuales en defensa de lo que considera el bien colectivo (no por nada los delitos relacionados con drogas se conocen en México como “delitos contra la salud pública”), entonces la perversión de la personalidad estipulada como adicción, se cura con la fuerza de voluntad trascendiendo del comportamiento malo al bueno. 

Si bien la adicción se define como una enfermedad, Juan Mansilla, a través de su canal de Youtube en su video “¿Se curan las adicciones? ¿Son las adicciones una enfermedad del cerebro?”, nos invita a reflexionar. Sí, es cierto que las adicciones modifican las funciones cerebrales, sin embargo, no se limitan a lo meramente biológico. Es como “la conciencia que necesita del cerebro para producirse pero es más que el cerebro”, lo mismo las adicciones. 

Para explicar lo anterior pone como ejemplo a los soldados participantes en la Guerra de Vietnam, en cuyo término había una gran cantidad de personas con dependencia a la heroína. Cuando regresaron a su país de origen –señalan las investigaciones- sólo un porcentaje pequeño sostenía la adicción, mientras que los demás pudieron recuperarse sin necesidad de algún tratamiento. 

Desde una perspectiva psicológica, Fede Rosetti apunta: 

“Hay que entender las adicciones como una problemática social. Reitero: un problema de salud, pero de salud social. Quizá lo primero que salte a la luz en el imaginario sea el comportamiento compulsivo, en algún punto autodestructivo del adicto, y que a la vez daña frecuentemente el lazo con los otros. Pero detrás de una persona adicta hay alguien sufriente, alguien que quiere tal vez remedar ese dolor, esa angustia, con un objeto, que puede ser una droga o no”. 

La pregunta por la adicción, explica, no es tanto por lo que se consume si no por las razones del consumo dependiente: “qué falta, qué falla, qué ausencia se busca obturar, erráticamente, con el objeto de consumo. Y en una sociedad donde todo se vende y todo se compra; donde todo se consume, no nos debe sorprender que a las frustraciones, miedos, angustias (sociales, relacionales, amorosas, vocacionales) o de la índole que fuesen, se las conciba mitigables con otro objeto de consumo, así sea molecular.”. 

Añadió que aquellos factores que permitan la recuperación de una adicción, no sólo han de ser médicos, sino también, y sobre todo, familiares, comunitarios, institucionales y políticos, abordando a cada caso desde su singularidad y con un grupo de profesionales éticos. 

“No es lo mismo partir de la concepción de que al consumidor problemático (o mejor dicho, con problemas) hay que perseguirlo y castigarlo, a que haya que asistirlo y acompañarlo. Los resultados serán significativamente diferentes”. 

Así mismo, explicó que la persona con consumo dependiente “no es alguien a quien haya que sermonear, instruir, corregir o educar, sino alguien a quien hay que, principalmente, escuchar”. 

¿Cuál debería ser un tratamiento de información periodísticamente ético en el abordaje de este tipo de temáticas?

Créditos: Échele cabeza cuando se dé en la cabeza

Pensar en la persona, no en la sustancia, en un esfuerzo tanto interseccional como multidisciplinario, es la propuesta de Joel Anaya, también columnista para el portal Gluc MX e impulsor de un periodismo sobre drogas y reducción de daños. 

“Y si pensamos alrededor de las sustancias, hay que desadjetivarlas, porque los adjetivos se los ponen las personas, las sociedades y las culturas”. Así mismo, añade la doble narrativa de los medios que, por un lado, censuran y criminalizan a las personas usuarias mientras que por otro lado generan producciones propias de la narcocultura, ampliamente difundida. 

Claudio Vidal, por su cuenta, enlistó una serie de sugerencias que pueden comenzar a reconfigurar el esquema mediático sobre el abordaje de las sustancias psicoactivas, si bien no en los medios cuyas narrativas reproducen el orden de cosas del paradigma aquí expuesto, sí a los que empiezan por cuestionar los principales axiomas periodísticos y sus narrativas imperantes. 

A continuación las citamos, con el objetivo de que periodistas y comunicadorxs pueden ejecutar su labor desde un ámbito ético, sin prejuicios y permitiendo modificar las creencias sociales en torno a un tema complejo que, como acaba de verse, trasciende una cuestión moral y/o legal. 

1. Evitar/reducir la estigmatización de las personas que usan drogas:

  • No presentar casos extremos (o, al menos, no sólo los más extremos)

  • Evitar el lenguaje estigmatizador ("adicto", "yonki", etc.). Hablar de PERSONAS QUE...

  • Evitar los estereotipos. Las drogas son consumidas por todo tipo de personas y de todos los ámbitos.

2. No desinformar a la opinión pública:

  • Evitar las especulaciones. No apresurarse a "identificar" sustancias o causas de problemas con las drogas (sobredosis, fallecimientos, daños, etc.). Esperar siempre a la confirmación toxicológica antes de "culpar" a una sustancia.

  • Ser rigurosos en cuanto a los nombres de las sustancias y sus efectos. Prescindir de inventos: "droga caníbal", "droga de los zombies", la "droga yihadista" y un largo etcétera.

  • No exagerar o minimizar los daños.

  • Ofrecer varios puntos de vista y dar cabida a las contraargumentaciones.

  • Destacar elementos preventivos o de protección frente a los daños.

  • Aportar recursos, por ejemplo, al final de la noticia, para aquellas personas que puedan necesitarlos.

3. No promover el uso de ciertas drogas o de ciertas formas de usarlas:

  • Evitar ofrecer detalles sobre formas de consumo.

  • No usar adjetivos como "potente", "barato", etc., ni expresiones como "de fácil acceso" o "de moda".

  • Evitar dar información detallada sobre formas de producción o métodos de compra.

Además:

  • Tratamiento respetuoso hacia PUD (Personas que Usan Drogas) que colaboran en la noticia: confidencialidad, anonimato y ética en la obtención de consentimientos.

  • Tratamiento respetuoso y colaborador hacia las fuentes (por ejemplo, dando oportunidad cuando sea posible de revisar conjuntamente la noticia antes de publicarla).

Por último: 

  • No utilizar las drogas para vender titulares. El tratamiento sensacionalista que se hace de las drogas y de las personas que las utilizan puede generar aún más daños. 

Todo proceso de cambio implica rupturas. Si se busca superar un modelo de prácticas y pensamientos estructurado en la violencia, los medios de comunicación tienen la responsabilidad de abrir el tema al debate colectivo, mostrando todas las aristas posibles y no limitarse a ser la caja de resonancia de las políticas imperantes. 

Quizá replantear cuál es el objetivo último de la tarea periodística, su para qué más profundo, nos permita dirigir la labor informativa hacia una que construya puentes hacia todo lo que ha sido silenciado y violentado. Para ello es imperativo sublevarse en el cuestionamiento a las narrativas reproductoras de prejuicios instauradas desde el periodismo, a la misma maquinaria prohibicionista y sobre todo, una sublevación a todo aquello que se nos imponga como “verdadero”, “bueno” y “justo”.