Fuente: libro Yerba, goma y polvo, de Ricardo Pérez Monfort.
Fuente: libro Yerba, goma y polvo, de Ricardo Pérez Monfort.

“...la degeneración de la raza mexicana es un hecho… es indispensable que las disposiciones dictadas para corregir esta enfermedad provenida principalmente del alcoholismo y del envenenamiento por sustancias medicinales como el opio, la morfina, el éter, la cocaína, la marihuana, sean dictadas con tal energía, que contrarresten de una manera efectiva, eficaz, el abuso del comercio de estas sustancias que han multiplicado la mortalidad al grado de que ésta sea también de las mayores del mundo”. 

Así empezó el discurso de nuestra prohibición contemporánea. Prejuicios, mentiras y un discurso científico construido y perfeccionado a través de varias décadas que ya cumple más de cien años. El opio, la morfina y el éter, pasaron a la categoría de las drogas que han caído en desuso. Asombra la persistencia de la cocaína y la marihuana. 

Este encendido discurso fue pronunciado en 1917 por el diputado constituyente José María Rodríguez, doctor y general, quien fue también presidente del Consejo Superior de Salubridad y jefe de los servicios sanitarios del ejército de Venustiano Carranza. Podemos decir que sigue siendo el padre intelectual de nuestra actual prohibición

La importancia de esta declaración resulta definitiva en virtud de los cargos que el general Rodríguez ocupó y por el periodo en el que esto ocurrió. Hoy sabemos que fue él quien impulsó una serie de ideas y medidas “sanitarias” que serían fundamentales para entender, porque el Estado mexicano impulsó la política punitiva de la prohibición para enfrentar ciertos “problemas” de salubridad como el llamado “envenenamiento por sustancias medicinales que degeneran la raza”.  

Desde finales del siglo XIX el concepto de higiene se encontraba íntimamente relacionado con las teorías eugenésicas (biología del mejoramiento de la especie humana) que buscaban ante todo el llamado “fortalecimiento de la raza”. 

En la intervención del general está representada una de las principales ideas que impulsó el ánimo prohibicionista de principios del siglo XX: los peligros que implicaba “la degeneración de la raza”. El motivo de este discurso fue presentar a la Asamblea Constituyente, una adición a la fracción XVI del Artículo 73 de la Constitución que en su parte más interesante enunciaba: 

Las medidas que el Consejo de Salubridad General haya puesto en vigor en la campaña contra el alcoholismo y la venta de sustancias que envenenan al individuo y degeneran la raza, serán después revisadas por el Congreso de la Unión, en los casos que le competan. 

El Consejo de Salubridad General era en realidad el porfirista Consejo Superior de Salubridad el cual sólo cambió de denominación. El antiguo Consejo siguió siendo prácticamente el mismo. Su organización y funcionamiento, así como las comisiones que lo formaban (de Boticas, de Alimentos, de Química y Farmacia, entre otros), prevalecieron durante el nuevo régimen; salvo los funcionarios nombrados por los nuevos gobernantes, esta vieja institución permaneció inalterable. Este hecho se explica si tomamos en cuenta que existió una suerte de continuidad en las instituciones sanitarias antes, durante y después de la Revolución. Las leyes al respecto cambiaron muy poco; la mayoría de la legislación sanitaria permaneció vigente durante varios años. 

Con el advenimiento del nuevo régimen, y al momento de promulgar las primeras leyes tendientes a regular y prohibir el comercio de ciertas sustancias (“drogas enervantes”), las instituciones correspondientes, además de sus atribuciones constitucionales, hicieron uso de dos grandes instrumentos jurídicos heredados del porfiriato en los que se basó la operatividad e instrumentación de la prohibición legal contra las drogas: el Código Sanitario de 1902 y el Código Penal de 1871 (que contiene lo referente a los delitos contra la salud). 

De esta manera, en la nueva Constitución se reforzaron las atribuciones de un órgano controlado completamente por el Ejecutivo, dotándolo de un poder legal más allá de cualquier otra dependencia oficial, incluyendo a un ministerio, bajo el argumento de la protección a la salud. La Constitución garantizó las funciones del Consejo “sin la intervención de ninguna secretaría de Estado”. Esta “Dictadura Sanitaria” (como se le conoció entonces), bajo el control total del Ejecutivo, quedó inserta en el Artículo 73 que paradójicamente consagraba las facultades del Congreso.

Así nació la “dictadura sanitaria” terminó que se desprende de las ideas del doctor Rodríguez y que él mismo gustaba de promover como la única dictadura necesaria:

...la unidad sanitaria de salubridad debe ser general, debe de afectar a todos los Estados de la República, debe llegar a todos los confines y debe de ser acatada por todas las autoridades administrativas, pues en todos los pueblos civilizados sin excepción, la autoridad sanitaria es la única tiranía que se soporta en la actualidad, porque es la única manera de librar al individuo de los contagios, a la familia, al Estado y a la nación; es la única manera de fortificar la raza. 

Cuando a finales del siglo XIX y principios del XX, empezaron a promoverse y expandirse las políticas antidrogas también a nivel mundial, los miembros del Consejo y una élite científica y política, intervinieron a su favor decididamente bajo aquel objetivo que tan bien habían desarrollado: luchar bajo base científicas contra la degeneración de la raza. Fue el huevo de la serpiente, el principio del discurso eugenésico que años después justificaría cualquier barbaridad contra los débiles, los pobres, los inferiores, los degenerados.

En México, para fortificar la raza, se promovieron políticas “científicas” que muchas veces ocultaron el propósito de que una élite, supuestamente ilustrada, las esgrimiera como uno de sus muchos argumentos, para mantenerse en el poder y en la escala social. 

Al final, el propósito era salvar a los pueblos de ellos mismos. En ese México de las primeras prohibiciones, se intentó rescatar a esa pobre gente sanitizando sus malos hábitos y costumbres, con una batería de leyes y medidas punitivas que incluían (y siguen incluyendo) la cárcel y la estigmatización social. Porque ¿hay algo más degenerado que ser pobre, plebe, desarrapado e indio y además beber pulque y fumar marihuana?