El 19 de abril de 1943 el científico Albert Hofmann experimentó el primer viaje bajo los efectos de LSD en la historia. Literalmente fue un viaje, pues fue durante el recorrido en bicicleta de su laboratorio a su casa que comenzaron a manifestarse los clásicos efectos psicodélicos.
Hofmann sintetizó la dietilamida de ácido lisérgico como un estimulante médico para los sistemas circulatorios y respiratorios en 1938, pero en ese entonces no sabía del “poder” que yacía en la sustancia.
Algunas fuentes aseguran que el científico “accidentalmente” derramó un poco del ácido sobre su piel, lo cual desencadenó todo. Otros cuentan que lo hizo deliberadamente, con el propósito de conocer de lo que el LSD era capaz. La dosis que consumió fue alrededor de 250 microgramos, un poco más de lo usual (200 microgramos).
En su bitácora describió:
Ahora, poco a poco comencé a disfrutar los colores sin precedentes y juegos de formas que persistían detrás de mis ojos cerrados. Imágenes caleidoscópicas y fantásticas surgían en mi, alterando y abriéndose en sí mismas. En círculos y espirales, explotando en fuentes de colores, reordenandose y hibridizando entre sí en un flujo constante.
Las investigaciones en torno a los posibles usos del LSD continuarían hasta mediados de los 60, cuando la sustancia fue clasificada bajo la categoría 1 por su “alto potencial de abuso”..
Hoy en día, el interés por parte de la comunidad científica ha resurgido, principalmente por el potencial terapéutico de la sustancia para tratar enfermedades como la depresión, la ansiedad y el síndrome de estrés-postraumático.