Have a Good Trip: Adventures in Psychedelics es un documental que reúne las historias sobre uso de psicodélicos de boca de celebridades como Carrie Fisher, Anthony Bourdain, Natasha Lyonne, Ben Stiller, Sting, y A$AP Rocky, entre otros. El objetivo es usar estas anécdotas para contrastar los mitos y prejuicios que se han difundido erróneamente sobre estas sustancias con la realidad.
La producción es de Netflix y dirigida por Donick Cary, quien se formó trabajando para series como Los Simpson y, más reciente, Sillicon Valley.
El eje temático son las vivencias personales y subjetivas de los entrevistados más que el uso de evidencia científica o de un entramado relacionado a un sentido superior de la existencia. Eso no deja de lado la gran relevancia que tuvo para algunas personas su experiencia propia con estas drogas.
Caso mismo el de Gordon Matthew Thomas Sumner, mejor conocido como Sting, compositor y vocalista de la popular banda The Police. A pocos minutos de iniciada la película, Sting cuenta sobre su primer uso de peyote.
En síntesis, Sting se encontraba en su rancho cuando consumió una dosis considerable de peyote que le regaló un amigo. Poco después, cuando los efectos comenzaron a intensificarse, uno de sus empleados le llamó a gritos, pidiendo ayuda. La cuestión era que una de sus vacas estaba por dar a luz, y necesitaba de la ayuda de Sting para salvarle la vida a la madre y a la cría.
Al verse en tal situación bajo los influjos de la mescalina, Sting asegura que comprendió la fragilidad y sentido de la vida.
Este anecdotario va intercalados con “bits” de comedia y montajes parodiando (o aludiendo) a la campaña anti-drogas “Just Say No” prevalente en los Estados Unidos durante los años 70 y protagonizada por la entonces primera dama Nancy Reagan.
Por la relevancia cultural de su figura, destacan las intervenciones de ciertos personajes: Carrie Fisher, Charles Grob y Zach Leary.
Fisher es una figura icónica conocida en primer parte por su papel como Leia Organa en la saga Star Wars, y en segunda parte por complicado trasfondo de su pasado que implica una historia de abuso de sustancias (opiáceos, a lo cual ella misma hace referencia en la película) y depresión; ambos que en tiempos recientes y gracias a nueva evidencia científica se han visto contrarrestados con cierta ayuda de psicodélicos como el LSD.
A causa de su reciente deceso en 2016, así como el relanzamiento de la franquicia Star Wars, revivió para el imaginario colectivo las dificultades y la lucha que libró Fisher a lo largo de su vida, por lo cual se le recuerda con un gran estima. Sería acertado decir que para muchos, esta princesa transformada en comandante representa posibilidad de recuperación de la adicción y la depresión. No olvidemos que recién fallecida ella, durante la entrega de los Globos de Oro de 2017, Meryl Streep la recordó que adjudicó a la propia Fisher: “toma tu corazón roto y conviértelo en arte”.
Sin duda esto mismo fue captado por los escritores del documental pues la anécdota de Fisher (muy bella por cierto, con uso de LSD) está intercalada con un par de intervenciones de Charles Grob.
Grob no forma parte del repertorio de celebridades que barajea el casting del documental. Él es una de las pocas “autoridades” del mundo psicodélico que hablan a cuadro.
Grob es un investigador psiquiatra y uno de los principales impulsores de la reforma al control de sustancias como los psicodélicos. Ha conducido las primeras pruebas de fase clínica aprobadas por la Food and Drug Administration para el uso terapeútico de moléculas como el MDMA. Está ahí para explicarnos, desde la óptica de la ciencia, lo que le ocurre a algunos de estos personajes en sus experiencias.
En el caso de Fisher, episodio que se llama “normal en ácido” (norma on acid), Carrie nos cuenta una experiencia con LSD en la que logra sentirse “normal” y en la cual expresa una gran paz y armonía con su propia vida. Ésta, una de las últimas apariciones inéditas de Fisher, es intervenida por Grob para asegurarnos que éste muy bien puede ser un resultado directo del uso de la sustancia. Según Grob, el estado provocado por el LSD pudo llevar a Fisher lejos de la constante abrumación que sufría por ser una súper estrella a una corta edad.
Uno no puede evitar preguntarse: ¿qué habría sido de Fisher si las condiciones le hubiesen permitido continuar con un uso más informado de la dietilamida de ácido lisérgico (LSD)? ¿habría combatido su depresión y adicción a los opiáceos con otras herramientas? ¿Sería su historia menos trágica?
¿Representa Carrie Fisher a la población mundial y la lucha que muchos países libran contra la depresión y las muertes por uso de opiáceos?
Luego está Zack Leary, hijo del legendario psiconauta Timothy Leary, uno de los pioneros en que lo que se conoce como “cultura de la psicodelia”.
Timothy Leary hoy en día es una suerte de deidad para los psiconautas contemporáneo. Contribuyen a su mitificación su historia: posición en una prestigiosa universidad de Estados Unidos (Harvard), su despido de esta por experimentar el uso de sustancias con sus estudiantes, su persecución por parte del gobierno norteamericano (Nixon le llamó “el hombre más peligroso de America”) y su eventual fallecimiento.
Su hijo en cambio, es una figura empequeñecida en el documental. A excepción de un par de anécdotas sobre crecer siendo “hijo de su padre”, su posición parecería ser únicamente la del legado, la cual no es poca cosa. Después de todo, si hoy en día estamos al borde del abismo contemplando las posibilidades de este nuevo mundo (el psicodélico) es gracias a hombres como Timothy Leary.
Sin embargo, el documental parece apuntar a que algo más es necesario. Al menos por el uso excesivo de figuras ampliamente conocidas y con las cuales una gran audiencia pueda relacionarse, pareciera ser que el objetivo es normalizar. Acercar, a gente común (no psiconautas) al uso y las consecuencias para la existencia de vida que estas sustancias implica.
No de mano de investigadores o psiconautas, sino de su actor favorito (Ben Stiller) o actriz favorita (Natasha Lyonne), su músico predilecto (Sting o Kathleen Hanna) o, por qué no, la siempre adorada Princesa Leia.