Esa tarde se presagiaba turbulenta. Acababa de cumplir 18 años y por la mañana había estado planeando cómo festejarlo. Me levanté como de costumbre, forjé y prendí un joint mientras le llamaba a dos compas para que se unieran al festejo. Llegaron y decidimos meternos unas reinas que nos explotamos con cerveza.

Al poco rato nuestras ansias de seguir enfiestados nos llevó a robar, salimos y en corto generamos lo nuestro para seguir festejando. Le dije a la banda que iba a guarcodar el tubo y, después de hacerlo, me fuí a la conecta por más pastillas. Compré una tira entera y me moví pa’l barrio en corto, con la luz que quedaba compré un cuarto de greña y unos pomos pa’ la banda.

El festejo tenía que estar en grande, así lo pensaba. Llamé a varia banda y les dí coordenada, en corto se armó el coto, sacaron las monas de vainilla, la coca y más mota. La gabacha sonaba a todo lo que daba. No había tregua en la cuadra. Entraba la noche en el callejón cuando vi el primer presagio que no ví venir, la vecina que llamábamos La Prensa, por chismosa, se percató que estaba metiéndome drogas, pronto le iría con el chisme a la jefa y fue lo que no ví venir. Seguí en el desmadre como quien acaba de cumplir mayoría de edad, sin limitantes, yo bien vergas. La banda a cada rato armaba el vaquero para llenar el cartón de chelas que rápidamente se consumía, incluso había banda que se quedaba sin chela pues éramos un chingo de cholada. Todos aportaban y el que no podía pues iba al mandado a una voz, como cortesía. Era cuando todavía había códigos entre la banda y no mamadas como las de ahora, ya cualquier morro te quiere filetear o darte piso, ya no quieren apoyar.

El segundo signo de peligro tampoco lo ví venir, mi carnal el más morro, que llegaba de la escuela en ese momento, vió que me estaba mojando una mona, no pensé que fuera de puto con la jefa; en ese momento ya corría de todo, unos forjaban unos primos y otros agujeraban latas para darse una piedras, las tiras de roche 2 corrían como dulces, ya ni recordaba cuántas me había metido.

Fue cuando llegó el tercer presagio que auguraba peligro, ví a mi jefa que salía con la Prensa rumbo a la avenida, yo pensé que iban a la panadería, no la pesqué ni me pregunté ¿quién querría ir a comprar pan a las 11 de la noche? No, ni madres, seguí en la fiesta; incluso me metí al cantón y saqué el plomo para tirar unos balazos al aire, la neta apenas podía sostenerme. ¡Pinches pastas! ya habían hecho lo suyo en mi organismo, ya tartamudeaba cabrón.

No habían pasado más de dos horas desde que mi jefa se movió con la vecina cuando vi venir el cuarto presagio, que de inmediato se materializó, se acercaba mi jefa y venía con cuatro compas que nunca había visto en mi vida. Alcancé a escuchar que me pelara, pero no entendía qué pasaba, mi jefa decía que acompañara a los señores y yo tratando de responder que ¿para qué? Mi morra se acercó y dijo que eran los del anexo, fue la primera vez que escuche esa palabra, mis compas siempre me habían hablado de las granjas o los internados. Reaccioné y quise correr a toda velocidad, pero el efecto de los chochos no me lo permitió, pensé que ya iba hasta la esquina cuando sentí que dos tipos me sujetaban y me llevaban jalando a una camioneta estacionada, fue tan rápido que ni cuenta me dí cuando mi carnal me quitó el cuete y me dijo: “Hazte un paro, lo necesitas”.

Mi carnal calmó a la banda que quería tirar esquina. Aquellos compas me aventaron a la camioneta y me dije “ya valió madres”, quisieron intimidarme con golpearme y les dije que ya estaba dado. Llegando al anexo me trasladaron a la enfermería junto a cinco rucos que igual ya estaban dados, tres eran alcohólicos y dos piedrosos. No tenía idea de dónde estaba, sólo que ya eran las dos de la mañana, los beneficios de mi cumpleaños se habían acabado.

Ahora me encontraba junto a un mínimo de 50 compas, de eso pude percatarme cuando crucé de a la enfermería desde la entrada. El apeste estaba muy cabrón en la enfermería, pregunte ¿cuánto tiempo me iba a quedar ahí? Me dijeron que tres días y luego noventa más en la sala de juntas. Quise salir corriendo, pero la bandera que habían puesto para que me vigilara, en corto me dijo: Ni lo pienses carnal, te voy a tener que meter unos amansa locos si no te quedas pausado; ya no intenté pararme, mejor intenté recostarme, pero el guardia dijo que mejor me pusiera verga con los señores que me acompañaban, que les daban ataques epilépticos y podían morderme. Opté por no dormir. Al poco rato llegó otro compa que se notaba que todavía andaba paniqueado por la piedra, él me dijo que estábamos en Ciudad Neza y que era la sexta vez que pisaba ese lugar. Pensé en mi jefa y tuve un pensamiento de matarla, parecía que el guardia sabía nuestros pensamientos porque mencionó: Se lo vas agradecer carnal, da gracias que todavía tienes alguien que se preocupe por ti; y cerró la puerta. Fue cuando el sueño me venció, efecto del rohypnol.

Continuará…

Fotos: Eduardo Zafra