Eduardo Zafra
Llegué al mundo de la cultura del cannabis cuando cursaba el quinto semestre del CCH-OTE. Corría el año de 1992 cuando me asomé por la ventana del salón de clases y pude ver a un compa ponchándose un toque en las jardineras. Para no ser tan balcón, con la mano le hice señas de que se pusiera la del Puebla, me dijo que bajara y luego que me sentara como si nada pasara. Terminó de espulgar la mota y yo de limpiar la sábana proveniente de unos cigarros marlboro, eran las épocas cuando la zig-zag sólo se conseguían en la Zona Rosa; la otra opción era papel estraza. Pegó el cigarro con saliva y me indicó prenderlo, le contesté como en el barrio: el que poncha prende y el que prende apaga, y le pase las trolas.
No tenía ni puta idea lo que era fumar mota. Nunca le había pedido a la banda de mi barrio, aunque llevaba casi un año observándolos fumar juanita los sábados, cuando salíamos a buscar equipos de sonido para divertirnos allá en Iztapalapa. El Fer prendió el gallo y lo saboreó con deleite, a mí todavía no me pasaba el joint y ya me sentía puesto, pensé en mi jefa y todos sus buenos deseos de no juntarme con marihuanos. Antes de recibir el carrujo escanee de izquierda a derecha y pude sentirme seguro, el Fer indicó que yo vigilara hacía el frente y él hacía atrás. Me pasó la ganja, la mano me temblaba porque no sabía fumar ni tabaco y auxilio UNAM rondaba cerca. Inhalé el humo dulce y el ataque de tos se hizo presente, para disimular le dije a mi compa que era de la rasposa, para que no se percatara de que no sabía fumar, y el dijo que no fuera balcón y que me guardara chido el tufo. El humo pasó a mi torrente sanguíneo y momentos después lo primero que noté fue que el sonido era diferente, se escuchaba todo a lo lejos, empecé a bambolearme ligeramente de un lado a otro y seguía intentando fumar sin que se diera cuenta mi compa, traté de aparentar ser verguero y seguía fumando. De repente, ya no le hacia caso a mi compa, trataba de concentrarme en no pasonearme, le pregunté al Fer si de verdad nos íbamos a terminar todo el canuto y dijo que no la iba tirar ni llevarse el embarque refiriéndose al apeste, bueno, al menos eso creo que dijo. La verdad es que ya me encontraba hasta el culo, su mota provenía de la colonia Campamento Dos de Octubre y era una pelirroja que tiraban allá en Iztacalco, lo recuerdo porque le pedí un coco que sembré en una maceta de la jefa. El Fer me decía que le jalara chingón, que me guardara el humo lo más que podía, quería hacerlo y tosía machín; alguien desde el segundo piso del edificio F gritó: mota que te hace toser, déjala correr y rompí en una risa incontrolable; fue la primera vez que escuché –”ya se le metió el payaso”.
El Fer mató la bacha y la pisó, se paró y dijo que iba a clases, le dije que chido por el toque y que me quedaría ahí en el pasto, dijo sobres y se fue. La neta no podía pararme, o tal vez sí, no quise intentarlo hasta que se presentó la famosa seca, sentía que no podía respirar, que la garganta se me cerraba y me faltaba aire, entonces me armé de valor y traté de ir por un chesco. Fue eterno llegar a el, sentía que iba caminando como astronauta y que todos los alumnos decían “¿ya vieron al Zafra? Va bien pachecopachecopachecopacheco”, a mi me daba risa interna y pensaba que me estaba volviendo loco... pero seguía avanzando, quería ponerme los audífonos del walkman y se me olvidaba para donde iba, me detenía y me observaba frente a las ventanas. No había recorrido mucho y los ojos ya los traía muy rojos, sentía delirios de persecución y me sentía observado por todos mis compañeros, pensé en mi jefa y dije “no puedo llegar a casa así” -hubiera querido tener google en esos años y poder preguntarle qué hacer, pero ni madres, ni computadoras había-. Seguía en la misión de llegar al puesto de dulces y refrescos que se encontraba en la entrada de la escuela, avanzaba lentamente. En el camino se acercó una amiga y me preguntó qué me había metido, que traía los ojos rojos y la boca reseca, bueno, al menos eso fue lo que le entendí, le dije que era conjuntivitis y que iba por un refresco a la entrada. No sé qué más dijo y se despidió, pensé en cuánto iría a durar este viaje y vi que no habían pasado más de 10 minutos desde que el Fer se movió, me dije no mames y pensé que se iban a dar cuenta los del salón que iba bien marihuano. Decidí no entrar a clases, avance por el periférico ya con el chesco en la mano, tratando de ordenar mis ideas, pensé cambiar el casete del walkman y fue cuando recordé que había olvidado la mochila en el salón. Metí reversa y traté de avanzar rápidamente, pero todavía me encontraba volando, fue cuando me empezó a dar hambre, fui hacía el puesto de papas y compre unas francesas para satisfacer el bajón.
Al llegar al salón, la clase ya había iniciado. Tomé mi lugar lejos de todos, oía que alguien decía que venía mariguano, otro decía que estaba grifo y más allá que me las había tronado, bueno, al menos eso oía. Aproveché el descanso y salí con rumbo al barrio, no quise tomar microbús y decidí llegar a casa caminando, no tardé en llegar y avancé hacia el callejón donde se juntaba la banda de la cuadra, me topé al Greñas y le dije que sacara el toque, se me quedó viendo asombrado y respondió: te regaña tu jefa morro. Y se perdió entre el callejón, su perro el Killer iba a un lado.