Autor: Eduardo Zafra

La primera vez que llegué a San Marcos Motahuaxco, fue el día de celebración del santo patrono, el 25 de abril. Los datos que teníamos del lugar eran escasos, el pueblo no aparecía en mapas de carreteras y aún no existía el google maps, solo contábamos con la dirección del domicilio y el nombre de la señora por quien debíamos preguntar. Llegamos al lugar de cuevas y preguntamos por el colectivo que iba al rincón e indicaron que salía cada hora, eran las 12:15 y decidimos bajonear algo. Era la 1:50 de la tarde cuando el chofer dijo que hasta ahí llegaba, bajamos, pagamos y preguntamos cómo se llegaba al pueblo, con el dedo nos señalaron que siguiéramos un camino que conducía a una barranca, que bajáramos y después subiéramos y ahí se encontraba “hueca”.

Con un sol de casi 30 grados y la mochila en la espalda arribamos por uno de los cinco caminos que conducen a San Marcos. Lo primero que tendríamos que hacer era preguntar por la bodega, atravesamos una de las calles laterales de la iglesia y sentimos la energía y el olor a fiesta, un grupo de banda amenizaba mientras los feligreses trabajan en levantar un portal cubierto de flores y semillas que adornaría la entrada del templo durante las fiestas. Preguntamos por la bodega y mencionaron que íbamos bien, que continuáramos pendiente arriba y allí encontraríamos una cancha de basquetbol, que ahí era. Con la claridad del día vimos que teníamos que subir la anunciada y larga pendiente para llegar al objetivo. A la mitad del camino hicimos una parada para refrescarnos con un trago amargo y preguntar dónde vivía la señora M., nos indicaron la calle y casa. Sorbimos la cerveza y avanzamos pronto.

Al llegar al sitio, tras el grito de “buenas tardeees” apareció R., hijo de la señora M., nos invitó a pasar y nos presentó a su suegro. Después de otros tragos de cerveza y varios cigarros de marihuana nos invitó a pasar a su casa, ya que estábamos en casa de su suegro, caminamos 50 metros en dirección al volcán Popocatépetl, en la casa olía a copal y otros inciensos. Ante nosotros aparecieron rostros ajenos, preguntamos por el Roy y su semblante inmediatamente cambió, la señora gritó y enseguida salió a recibirnos nuestro amigo San Pedro con una sonrisa en el rostro, “pásenle jóvenes”, nos invitó a sentarnos a la mesa y preguntó si preferíamos comer en ese momento o darnos un toque antes, “pa’ hacer hambre” dijo. Preferimos la comida, al terminar ya había ante nuestros ojos una gran cantidad de marihuana. A la gente no parecía importarle, unos comían, otros fumaban.

Guardamos la marihuana que sobró, dimos las gracias y salimos al patio que estaba adornado bellamente con el esplendor del bosque. El sol se ocultaba cuando nos presentaron a Mundo, a quien había saludado dos meses atrás en casa de San Pedro, en una comida que les organizó a “los pasadores” de marihuana de Morelos. Habló diciendo “¿qué onda con las fotos?”, le dije que ya se las había dado al Roy y éste, alzando la cara en dirección a Mundo, le dijo “luego le doy una compadre, salieron rechidas”. Nos invitó a comer y, como buen antropólogo en campo, no quisimos desperdiciar la invitación, aunque sabíamos que nos encontrábamos totalmente satisfechos. Como pudimos comimos el mole amarillo y unos tamales de frijol, acompañados de una cerveza Superior.

-Cómo ves compa, dicen los muchachones que si no tienes unos hongos de los alucinantes para que los prueben.

-Pero aún no hay, y esos hay que ir a traerlos al monte, porque los que se dan aquí salen hasta agosto.

-Si venimos el día de San Juan, ¿crees que ya haya?

-Seguro, para ese entonces las lluvias ya están en su apogeo y segurito hay.

-Oye compadre, ¿y goma no tendrás?

-Hay ahí, pero al rato, orita pásenle a comer. Ey vieja -dijo a su esposa- sírvele a los señores.

Acaecida la tarde y con la satisfacción impresa en el rostro bajamos por la pendiente que conduce al centro de Huecahuato. La música de banda sonaba a más no poder, mientras los Chinelos movían incansables los hombros en armonía con la música, el pueblo comenzaba a juntarse, e iban y venían gastando el dinero que traían. Sobre el panteón la gente se arremolinaba a ver cómo construían los castillos que iluminarían las tumbas “a las meras doce”. En la iglesia varias parejas de niños cantaban y bailaban en honor de San Marquitos, con respeto. Pasamos a comprar una cerveza y nos ofrecieron unos kilos de mota, compramos la chela y decidimos subir al mirador en lo alto de la iglesia, comenzamos a subir las escaleras y un señor alcanzó a decirnos atentamente que lleváramos un toque, “el santo se enoja si no fuman, y luego los tira”; contestamos con una sonrisa y subimos. Desde arriba podíamos observar casi todo el pueblo, que era rodeado por la inmensidad del bosque. La Sonora Santanera amenizaba la noche llena de estrellas.

Al otro día nos invitaron a darnos un bajón apenas nos levantamos, sabernos rodeados por marihuana y gente que trabaja con ella hacia que la mañana estuviese llena de curiosidad. “¿Qué onda Roy? Vamos con tu compadre”, le sugerí. Se levanto de la silla y dijo que escondiéramos la mota, “al fin y al cabo mi compa tiene mota de sobra”. Nosotros cuatro nos mirábamos llenos de asombro.

- Compadreeeeeee -gritó San Pedro.

- Eh, pásale compa -gritó desde adentro.

- Buenos dias Mundo -saludamos dando la mano.

- Buchi, Cecilio, arrímenles unas sillas a los señores -ordenó a sus hijos.

- ¿Y qué Mundo?, ¿Si nos vas invitar un poco de goma?

- Sí banda, para eso es. Tienen hasta suerte, ahí abajo del terreno salieron 7 plantas de amapola, yo creo que la semilla se regó cuando sembrábamos harta ¿verdad compa? ¿A usted si le toco ver, no?

- Sí, como no compadre, eran hartos surcos.

- Teníamos la maleta de plantas, todas con sus floresotas bien bonitas. Hasta San Marcos se rayó ese año, escogí las mejores y se las llevé a la iglesia. Todo el pueblo se me quedaba viendo bien chato, y ahí iba yo con mi manojote de amapolotas, valiéndome madres. Porque yo se las había prometido, ese año le dije que si me hacia el paro con el levantamiento de la siembra yo mismo le iba a llevar sus flores chidas, y creo que le gustaron porque desde ese día no me ha ido mal.

- ¿Y a poco no hay pedo con la gente de la iglesia?, ¿no se sacan de onda? -le pregunté.

- Aquí no hay pedo ¿a poco no entraron ayer a la iglesia? Pinches colisísimas de este tamaño, como de a metro cada cola.

- ¿De verdad? –pregunté sorprendido.

-Ni modo que te esté mintiendo, ahí está mi compa, que te diga si te estoy choreando, ¿o no compa? Si aquí todo mundo le hace al negocio de la marihuana, nadie se saca de onda, aquí te puedes dar un toque hasta en la iglesia, nada más no anden tan pendejos porque luego sube la tira y ya han apañado a varia banda, y se han ido a chingar a cana por un pinche toquecito, así que ya les dije.

- ¿Y qué? ¿Sí te vas a mochar? –le preguntó el compadre.

- ¡Ay wey! Ya se me había olvidado.

- ¿Tienen navaja de afeitar? De esas que tienen filo por los dos lados.

- No -respondimos.

- No hay pedo bandita, ahí esta un maguey, hay que quitarle una espina y con eso la armamos. Cecilio, agarra el machete y vuélale una espina, pero de volada -le dijo a su hijastro. ¿Tienen sábanas? –nos preguntó.

- Simón -contestó Ernesto y se las acercó.

- Pónchense bandita, para después untarle goma al toque y se pongan retebienchidos, y destápense unas chelas, para eso son, si se acaban mandamos por mas.

Llegó Cecilio con la espina e inmediatamente caminamos unos treinta metros a espaldas de la casa, hacia donde aparecieron 7 plantas de amapola roja. Mundo tomó los botones que parecía iban a estallar y comenzó a rayarlos con cortes finos verticales. Observamos como la miel de la flor escurría de manera cristalina. Dijo que la untáramos en el toque y así lo hicimos. Me parecía excelente para una buena foto y empecé a pensar cómo decirle para que no se fuera a sacar de onda y me tomara por tira, placa, balcón, borrega o alguno más de la infinidad de nombres con que se refieren a la policía. Finalmente le dije: “Oye Mundo, ¿habría manera de que pudiera tomar una foto?”, me miró a los ojos y estoy seguro que vio algo en mí, pero no le importó y dijo: “Pero solo una”.

El efecto producido por el narcótico comenzó a surtir efecto. La vista del bosque servía de catalizador del efecto de la planta y busqué un lugar donde sentarme a experimentar esa sensación desconocida para mi cuerpo, miles de ideas giraban en torno a mi cabeza pero, sobre todo, una sensación de sueño me embargaba, ahora comprendía su nombre común: adormidera.

La salida de San Marcos fue sin contratiempos, cero retenes. Dimos las gracias y prometimos regresar el 24 de junio, día de San Juan, para la recolecta de los hongos enteogénicos. La tarde presagiaba el regreso.

Autor: Eduardo Zafra