Así como no solo de pan vive el hombre, los escritores no solo se ponen con mota. En un crisol que va desde las más duras hasta las más blandas, desde la diacetilmorfina hasta el chocolate, la Literatura Pacheca hinca su bisturí para diseccionar la inspiración encontrada en cada una de las sustancias –hoy por hoy, las Academias Pachecas del mundo entablan pláticas para la realización del 1º Congreso de Estudios Pachecos.
Si de vicios tenaces hablamos, no podemos pasar por alto la afición balzaquiana al café, que además de ser un estilo de vida, era un método de trabajo también, pues Balzac se imponía un riguroso cronograma diario en pos de concretar su obsesión de narrar por propia pluma la fenomenología de nuestra especie en su famosa obra La comedia humana, la cual quedó inacabada pero debió haber constado de alrededor de cien novelas, de las que logró concluir unas ochenta.
Se acostaba a dormir a las seis de la tarde para despertar fresco a la una de la madrugada y a esa hora comenzar a escribir, tarea durante la cual ingería copiosas tazas de café, una tras otra, para llevar a las ideas a “ponerse rápidamente en marcha, como los batallones de un gran ejército”. A las ocho de la mañana, después de haber visto salir el sol aferrado a su pluma, se daba el lujo de tomar una siesta de hora y media para después volver a la carga y continuar escribiendo estimulado por más café –se cuenta que tomaba alrededor de cincuenta tazas diarias–, a eso de las cuatro de la tarde se permitía descansar, tomar alimento, recibir algún invitado y tal vez caminar un poco para recordar que tenía piernas y pertenecía a la especie sobre la cual escribía.
El café que bebía el autor de La piel de zapa no se trataba de un frappé, ni de un moka unicornio, ni un capuchino, ni siquiera de un taciturno americano de oficinista. Por el contrario, prefería el turco, el café “negro como la noche, fuerte como el pecado, dulce como el amor, caliente como el infierno”, como reza el proverbio. Deberíamos agregar “espeso como novela de Balzac”, pues quién no se ha perdido en sus descripciones o sonrojado de vergüenza al verse retratado en sus personajes, ya que él era capaz de concentrar en los holanes de una cortina toda la vanidad del palacio o en una mesa atiborrada de adornos de porcelana todas las pretensiones de la naciente burguesía de su época, como en La casa del gato juguetón.
Pero como todo elixir, el café también tienen inscrita la condena de la resistencia, y cuando el café turco ya no podía colocarlo en el punto adecuado para usarlo de trampolín, comenzó a comerse los granos enteros.
Sus conocimientos sobre los poderes del oscuro brebaje no podían quedarse en el tintero de un prolífico escritor de su talla, describió parte de estos en su ensayo Tratado de los excitantes modernos¸ libro que por su carácter erudito constituye uno de los primeros vademécum de la Literatura Pacheca y es una obra de cabecera de nuestro objeto de estudio.
Este fue escrito como un colofón para la Fisiología del gusto, del gastrónomo y jurista Jean Anthelme Brillat-Savarin, en 1839. En él Balzac no sólo nos regala sus observaciones al respecto de su bebida de trabajo, sino que también nos habla de otras cuatro sustancias que complementan el abanico de estimulantes cuyo consumo, para la época del autor, había alcanzado “tales dimensiones que las sociedades modernas pueden verse transformadas de forma considerable”.
Estas son el aguardiente, el azúcar, el té, el tabaco y nuestro café. Pero además de hablarnos de sus afectos, este grandioso analista de las sociedades modernas nos regala unas inquietantes palabras preliminares, en las cuales describe la relación del hombre con las sustancias y con los excesos. Nos dice:
Todo exceso se debe a un placer que el hombre quiere volver a sentir más allá de las leyes ordinarias promulgadas por la naturaleza. Cuanto menos ocupada está la energía humana, más tiende al exceso; la mente le lleva a él de forma irresistible (…) De lo que se deduce que cuanto más civilizadas y tranquilas son las sociedades, más se adentran en el camino del exceso.
¿Serán acaso las tendencias prohibicionistas una antesala de la guerra?, ¿o será que Balzac aún no haya podido ver claramente el rostro de esta época llena de excesos y guerra?, ¿o simplemente que la verdad es que aquellos grupos humanos que pueden comprarse una vida en paz también pueden acceder al lujo de la diletancia a pesar de que vivan en un estado contrario el resto de sus semejantes?