Allende los Volcanes es el documental que ganó el premio Pantalla de Cristal 2005 a la mejor investigación. Se filmó en los alrededores de los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl allá por los años 2001-2005, y la producción siempre estuvo -desde el inicio de la filmación- cargada de buena marihuana y de experiencias dignas de contarse; historias envueltas de consumo de hongos, cocaína, lsd, opio y alcohol.
En ese entonces el tema de los Graniceros sólo era abordado por especialistas rituales y académicos. Recuerdo que cuando se me invitó a formar parte del equipo de trabajo tenía un toque en la mano e incertidumbre en la otra, dado que no sabía qué tema abordar para titularme de antropólogo; por eso cuando me hicieron la invitación bajé el toque y escuché atento, me hablaron de unas personas llamadas “Tiemperos o Graniceros” que controlaban los fenómenos meteorológicos para beneficio de su comunidad y sus terrenos de cultivos, me dijeron que para pertenecer a estas congregaciones había que sobrevivir a la caída de un rayo o recibir el cargo a través de la enfermedad. Pero lo más sorprendente que escuché fue que los graniceros aún recolectaban hongos alucinógenos y curaban con ellos. Me serví otro vaso de cerveza y puse más atención, a la par le dí unos tremendos jalones al toque que me había ponchado hace rato y que aún seguía en mi mano.
La zona de los volcanes no me era ajena, pues desde que estudiaba en el CCH subíamos a echar desmadre cada que podíamos. Recuerdo que armábamos la misión en la zona conocida como Tlamacas, para llegar ahí había que trasladarse cuatro horas desde Iztapalapa, salirle al desmadre de tráfico de la avenida Zaragoza, esperar el camión que iba a Cuautla y bajar en Amecameca; si tenías suerte agarrabas combi rápidamente, si el tráfico se presentaba en el camino, tenías que esperar dos horas la siguiente salida; luego había que bajarse hasta donde llegaba la carretera y ahí preguntar a las personas que venden quesadillas si tenían honguitos de los chidos. Pero lo más sorprendente, esa tarde en la ENAH, fue que podíamos hacer un documental y que yo lo dirigiría. Inmediatamente me ponché otro toque.
La zona de los volcanes es basta y con una riqueza cultural que cambia de pueblo en pueblo, pero entre todas esas áreas hay una que cada que la recuerdo me traslado a ella y suspiro, por tantas anécdotas, tantas tragedias y tantos kilos fumados: Motahuaxco.
A Motahuaxco llegamos el día de la celebración del Santo Patrono en 2001; y ahí nos quedamos hasta el día de hoy. Dentro de su iglesia, en los muros principales, se observan las evidencias de un culto sagrado y escondido a las miradas comunes, en ellos están plasmados en polvo de oro algunas manifestaciones del hongo sagrado. Además el pueblo era la bodega de drogas de la CDMX en ese entonces, y para llegar o salir del pueblo tenías que rifártela con las policías federal, estatal, municipal, los judas y los guachos. Ahí, en ese lugar de la sierra de Morelos, hicimos nuestra base de estudio y el inicio de nuestras primeras filmaciones y fotografías. Como antropólogo y documentalista siempre andas buscando el tema, lo novedoso, algo que cause impacto, y ahí era: la tierra de los hongos y la marihuana.
Nunca hemos tenido un problema con la tira acá arriba, siempre hemos seguido los consejos vivenciales de quienes aquí habitan y se la juegan. Pero esa mañana andábamos por tierra de talamontes, nos dirigíamos a Amecameca, y el retén nos agarró por sorpresa, cuando la vimos venir ya teníamos a varios guachos rodeando el camión. Mi compa el que había dicho que ya no traía nada, de pronto apareció con un bote en la mano y desesperado me decía que dónde la tiraba. Eso ya era imposible y le dije que no se pusiera nervioso, que tratara de tirarla cuando nos bajaran; no pudo hacerlo e inmediatamente lo subieron detenido al camión militar, no podíamos dejarlo así y vimos cómo el autobús se alejó sin nosotros.
En corto le dije al Teniente a cargo del retén que éramos fotógrafos y estudiantes de antropología y que solamente estábamos haciendo algunas fotos del paisaje ritual. Le saqué la carta que traíamos de las oficinas del parque nacional Izta-Popo y le dije que lo portado sólo era para consumo personal, me preguntó si sabía que estaba prohibido cargar marihuana, y le dije que sí sabía pero que la utilizábamos para la inspiración, se rió y dijo que lo iba a bajar por esta vez, pero que nos pusiéramos chingones con los estatales porque esos vatos no la perdonan, y me regresó el bote de marihuana y a mi colega. –¿Qué les dijiste?, me dijo nerviosamente Ramsés, -nada carnal, tuve que aflojar un varo, le respondí; varo que, por cierto, nunca me pagó, jajajaja.
En otra ocasión que nos dirigíamos hacia la CDMX, en esa misma ruta del atorón, veníamos limpios pero el señor de adelante no. Los guachos nos pararon y bajaron, cuando el chofer se orilló pude ver y escuchar la negociación del atorado y los milicos. El señor no traía mucha yerba, por lo que se pudo ver, pero sí era mínimo un cuartel, le preguntaron por qué traía tanta y contestó que era para su consumo –¿A poco si fumas tanta, viejo?, le decían mientras lo seguían revisando. Cuando llegó a mí, quien me iba a dar báscula se me quedó viendo y dijo –¿Otra vez tú? Y recordé que era el mismo sardo de la otra vez, le dije que ahora sí veníamos limpios y sin preocupación, nos pasaron el escáner y vieron que veníamos sin bronca y nos hicieron a un lado.
Desde mi lugar seguía escuchando cómo se trataba de desafanar el señor mariguano, les decía que fumaba desde morrito y que fumaba uno tras otro. Los guachos se reían y, cuando menos lo esperaba, le dijeron a uno de los guachitos que les acercara el papel de las tortillas que, se veía, acababan de bajonear. Así lo hizo, se lo dio al jefe en mando, quien se lo pasó al chofer junto con la bolsa que le habían quitado, –a ver si es cierto que eres bien mariguano. Y como dice el corrido, lo que no sabían los guachos es que el viejo era cabrón. El viejo en corto se armó un pinche dedo de gorila digno de concurso, sin mamada, como de 30 centímetros. Se veía que quería desaparecer evidencia y no iba desaprovechar esa oportunidad, en menos de 5 minutos lo estaba prendiendo frente al retén militar. El teniente le dijo que se lo tenía que terminar y, mientras lo hacía, vi que se puso a espulgar nuevamente. Casi se quemó los dedos cuando aventó la bacha a la tierra. Otro guacho se acercó y le ordenó prender el otro, no tuvo que repetirlo, cuando vi que ya lo estaba prendiendo y pude ver cómo se lo acabó nuevamente. El retén le regreso su mota y, como ya venía el autobús de la misma ruta que venía detrás del nuestro, lo dejaron ir. Nos subimos al bús y el olor a cerro quemado era evidente, le hicimos la señal del Puebla y cuando íbamos a bajar en Cárcel de mujeres nos regaló un puñado de su bendecida flor roja sin sema.
Muchas veces íbamos a pasar por ese retén, las mismas ocasiones que haríamos trabajo de campo y filmaciones en la zona de los volcanes; los guachos ya nos ubicaban y pensamos que iban a andar sobres, pero no fue así. La siguiente vez ya fuimos en carro, pues el proyecto así lo requería, pasamos por el retén y cuando saludamos al teniente nos preguntó para dónde nos dirigíamos, le dijimos que a Xochimilco y nos pidió un raid. Se lo dimos con gusto y en el camino nos pudo conocer mejor, dónde estudiábamos, qué hacíamos, cómo nos llamábamos, y pudimos hacer una amistad que nos abrió las puertas del retén, dándonos las llaves metafóricamente hablando, nunca jamás nos revisaron de nuevo pues ya casi todo el reten nos conocía. Muchos kilos pasaron frente a ellos sin saberlo, pero esa oportunidad solo se pudo dar en tierra sagrada: el Tlalocan.
Esta historia continuará…