Por: Polita Pepper

“Que pare el mundo porque nos están matando, que pare el mundo porque no funciona sin nosotras, que paren las calles hasta que podamos transitar seguras, que paren los feminicidios porque nuestras vidas no están a disposición de otros".

El pasado 8 de marzo alrededor de 50  países se sumaron al primer Paro Internacional de mujeres (PIM). Por las calles del mundo sonaron las voces de miles y miles denunciando todas las formas de violencias machistas contra las mujeres.

Inspirada en el día libre de las mujeres islandesas de 1975, primero surge la huelga de Polonia el 3 de octubre del 2016 y un par de semanas después las argentinas convocan al primer paro nacional el 19 de octubre. Pasado un tiempo, la convocatoria tomó una fuerza tal que hombres, mujeres, niñas y niños, artistas, deportistas, intelectuales y demás, llamaron al mundo a parar por un día y visibilizar todas las formas de opresión del sistema patriarcal imperante.

En México, las mujeres del movimiento cannábico (MCM) y de la Red Latinoamericana de mujeres cannábica y antiprohibicionista se sumaron a esta iniciativa participando con un contingente verde. Presentaron por primera vez a Super María, el personaje que llegó para acabar la guerra contra las drogas y con consignas, carteles y una antiheroína que causó revuelo, haciendo sentir a "nuestra maría presente", las cannábicas denunciaron que la guerra contra las drogas afecta de una manera diferenciada a las mujeres y que, aunque la criminalización no respeta género, las consecuencias para las mujeres alcanzan dimensiones absurdas.

Patrón que se repite cotidianamente en las cárceles, con las mujeres que cumplen condena por delitos relacionados con drogas, como en los espacios de lo ilícito, donde las mujeres tienen el doble estigma, tanto el del consumo como el de la actividad ilegal. Pera además son las que ocupan las posiciones menos relevantes, las mulas, las cuidadoras, las secretarias de los capos y quienes se quedan solas cuando son presas. Según los datos de la organización WOLA, el uso de la cárcel como respuesta frente a las drogas ha afectado desproporcionadamente a las mujeres y, en algunos países latinoamericanos, más del 70% de la población carcelaria femenina está privada de libertad por delitos relacionados con drogas.

En un país como México, que todavía se niega a reconocer que su política de guerra contra las drogas es su mayor fracaso, donde se asesinan 7 mujeres al día según la ONU, y donde el cuerpo de la mujer es un territorio más de esa guerra, es imprescindible, parar, reflexionar y sumarnos desde todas las trincheras para acabar con esta realidad alarmante. Por eso paramos, por nuestro derecho a decidir sobre nuestros propios cuerpos, por el fin de las violencias machistas y de esta absurda guerra contra nuestra libertad, contra la vida. ¡Que todo pare!