Jorge Hernández Tinajero

La historia de las drogas es tan antigua como la de la humanidad. Según culturas y épocas, diferentes sustancias se han incorporado a las prácticas culturales, médicas y rituales de distintos pueblos, regiones, personas.

Piénsese en el té, por ejemplo; que sin ser inglés de origen, se convirtió en el símbolo del Imperio Británico, tanto por su presencia indispensable como estimulante ligero, como por su comercio global. Cuando el camino hacia la independencia de los Estados Unidos comenzó con el motín del té, en el que fueron vertidas a la bahía de Boston 45 toneladas de éste, -propiedad de la Compañía Británica de Indias Orientales- Norteamérica se vio en la necesidad de encontrar otro estimulante parecido y dio con el café, que de inmediato se popularizó y se expandió por otras regiones del mundo.

Así, dentro de la amplia gama de sustancias de uso cotidiano, o indispensables para ciertos momentos, hay algunas cuya importancia, tanto económica como médica, ocupan un lugar de especial a nivel global. Tal es el caso del opio.

Cultivado desde hace aproximadamente 7,000 años en el sur de Europa y la cuenca del Mediterráneo con el fin de aprovechar sus extraordinarias propiedades analgésicas, no es sino hasta las primeras décadas del Siglo XIX que se vuelve objeto de estrictos controles nacionales e internacionales, originalmente por motivos económicos, pero después por los relativos a su dualidad única: ser la medicina esencial por excelencia, en términos de aliviar cualquier sufrimiento; pero también por su capacidad de inflingirlo, cuando se le usa indiscriminadamente.

No es exagerado afirmar así que, a partir del comienzo del siglo XIX, el opio y sus derivados han sido el centro de las regulaciones internacionales de control de sustancias, incluido, por supuesto, nuestro sistema actual.

La historia del cultivo de la amapola y de la producción del opio en México comienza a mediados del siglo XIX, en la región montañosa de Sinaloa, Chihuahua y Durango, para extenderse en la segunda mitad del siglo XX a otros estados del sur del país, principalmente Guerrero, Oaxaca y Michoacán, aunque no únicamente. Las causas y circunstancias de esta historia de cultivo y cultivadores son múltiples, aunque por ahora basta decir que la producción en México siempre ha estado ligada a la demanda de los EEUU, y que el consumo del opio y sus derivados es relativamente marginal en nuestro país, por lo que toda nuestra producción se destina a la exportación.

Ante el aumento en el consumo de toda clase de opiáceos en los Estados Unidos durante la última década al menos, esa relación demanda-oferta se expresa en México en el crecimiento y diversificación de los cultivos de amapola. México es, el proveedor de heroína más importante de la sociedad norteamericana actual, superando a la traficada desde el sudeste asiático y desde Colombia, el otro productor americano, junto con Guatemala.