Era costumbre asistir en mis horas libres (o después de clases) a “Los Pastos” de mi prepa: un área verde abierta para descansar, platicar, conocer gente nueva o fumarse un gallo. Siempre había personas fumando cannabis a cualquier hora del día en pequeños círculos –con el tiempo reconocibles- que se abrían los días viernes a personas gustosas del alcohol en termo o cilindros de agua.
En los círculos cannábicos predominaban hombres, quienes llevaban la batuta de sacar, ponchar y prender o quienes decidían las canciones que escuchábamos en una pequeña bocina improvisada con una botella de plástico. A nosotras, por nuestra parte, nos tocaba esperar hasta que el ruleo hacia la derecha nos llegara.
En otras ocasiones (en la mayoría de ellas), las mujeres cumplíamos el papel de excusa artificiosa para hacer creer a los y las prefectas que no hacíamos nada “ilícito”, pues claro, un círculo exclusivo de hombres trae consigo sospechas por lo que una o varias mujeres ahí –bajo la creencia de la mujer “educada” o “bien portada”- haría disminuir las posibilidades de represión que en el mejor de los casos concluiría en suspensión de seis meses o en el peor, en expulsión.
Recuerdo con claridad las veces que acompañé a un amigo al punto (el mero mero punto de Tepito) para evadir las sospechas de los policías, aún cuando en varias ocasiones había sido acosada y jaloneada por los dealers que ofrecen su “hay perico, tachas, mota, cuadros, hongos, ¿qué vas a querer?” a las afueras de los negocios de perfume y los juguetes sexuales.
Nunca me cuestioné el papel de la mujer en esos círculos, simplemente acepté la posición que me impuso una serie de estructuras misóginas concurriendo en mayor o menor medida dentro de la cultura cannábica.
Visibilizar la misoginia en la cultura cannábica
El estigma de las personas usuarias tanto de marihuana como de otras sustancias psicoactivas, data desde la implementación institucional de la razón prohibicionista, sin embargo, tal paradigma se ve fuertemente vinculado con otras aristas de la racionalidad patriarcal, lo cual aumenta los niveles de estigmatización en las mujeres usuarias por encima de las de los hombres. Ni qué decir cuando se trata de mujeres latinas, negras, indígenas, pobres o todas las anteriores.
A veces quisiera regresar unos años atrás con todo lo que he aprendido y desaprendido para dar el grito fuerte en esos espacios masculinizados donde al vato que me roló el toque y me dijo “bro”, le diga que deje de tratarme como a un hombre sólo porque a nosotrAs también nos gusta disfrutar de las mismas sustancias.
Y así como existe una tendencia a universalizar el estatus masculino a través del lenguaje (por ejemplo, creer que “hombre” y “humanidad” son sinónimos o llamar “bro” a las mujeres), las dinámicas de consumo de drogas se interpretan bajo el mismo modelo masculino donde la mujer consumidora es inadmisible.
¿Cuándo se acepta con totalidad a una mujer usuaria de cannabis o de cualquier otra sustancia psicoactiva? Cuando nos adaptamos a las lógicas patriarcales, lo que incluye hipersexualizarnos y cosificarnos, es decir, el uso de nuestro cuerpo como estrategia publicitaria, como explica Belén Riveros, chilena co-fundadora de Cannábicas Latinas, en entrevista para KANNATV.
Podemos revisar Google Imágenes para demostrar lo anterior y una serie de fotos aparecen bajo la búsqueda: “mujeres sexys fumando weed”, “sexy weed cannabis club”, “marijuana smoke girls” o “girls of cannabis”.
Y de pronto, cuando una oleada de mujeres decimos en voz alta nuestro gusto por doña María, nos silencian entre burlas y cuestionamientos. Así le pasó a mi amiga Vane:
“Un grupo de amigos comenzaron a decir que yo lo hacía por llamar la atención de alguno de ellos como con la misma idea de que la mujeres no hacemos esas cosas”.
“Yo creo que lo que más me pasa es que me subestiman, ¿cómo una mujer va a fumar marihuana?”, me platicó Gabriela B., de 19 años, una compañera cannábica. Ella me explicó que, cuando saca, minimizan la calidad de su yerba: “no pues sí está muy fuerte pero no tanta como otra que ya había probado (…). A pesar de que, en confesión secreta con Ninfa, le aseguraron que “estaba bien chida y que nunca habían probado algo así. Se podría decir que me minimizan o me creen incapaz de conseguir o probar calidad”.
Carolina Pinzón, psicóloga especialista en conductas adictivas y activista por los derechos de las personas usuarias de drogas, publicó el 18 de abril de este año en el medio digital Animal Político, que el significado social del consumo impacta el abordaje del mismo tanto en la prevención como en el tratamiento del consumo problemático, ya que el apoyo social y familiar se reduce considerablemente.
No hay políticas de drogas o centros asistenciales (anexos y derivados), con perspectiva feminista o mínimamente perspectiva de género.
O al revés: los refugios para sobrevivientes de violencia doméstica a menudo se niegan a aceptar a mujeres usuarias de drogas, de acuerdo a una investigación de la Asociación para los Derechos de las Mujeres y el Desarrollo (AWID por sus siglas en inglés), documentación que plantea una crítica a las dinámicas excluyentes de los movimientos feministas donde poco se discuten los efectos de las políticas represivas contra las drogas sobre las mujeres usuarias.
Sin embargo, mi condición como usuaria agudiza el nivel de inseguridad en el que de por sí me encuentro por ser mujer en el país de los 10 feminicidios diarios en América Latina, según el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio (OCNF).
Cuando comencé a interesarme en fumar, escuchaba Ska y cantaba con ánimo efusivo “LEGA LEGALIZACIÓN” de Ska-p, sin siquiera entender el contexto o la razón de la letra; pero yo quería probar, conocer, quería saber porqué… quería fumar.
Ya tenía algunas semanas de concluir la secundaria y no conocía personas cercanas a mí que pudieran venderme mota. Un conocido, al que decíamos “Queso”, me acompañó un sábado al peor lugar del mundo al que puede asistir una persona novata en consumo de sustancias: el tianguis del Chopo.
No tenía ni idea de cómo hacer la “transacción” y en cuanto escuché el “¿quieres mota?” respondí un “sí quiero” tímido aunque directo nada más para aparentar que sabía lo que hacía aunque no fuera así.
Nos orillamos a una combi y a Queso y a mí no nos quedaba más que seguir la inercia del juego. Cuando estuvimos a un lado del vehículo, había otro chavo esperando la señal de su amigo el “promocionador”. Una vez ahí, le dijo a mi conocido “vamos, allá te la doy”. Se fueron. Quedé sola, sin saber qué seguía en las reglas de un juego que cada vez me parecía más peligroso. El promocionador se acercó a mí, me tomó de la cintura, me empujó y me dijo: “vámonos pa’ lo oscurito”, dirigiéndome hacia la combi abierta.
En realidad, yo desconocía en ese entonces si lo decía en serio o “bromeando” porque en cuanto me di la vuelta hacia el lado contrario de la combi tras empujar su brazo, él no forzó nada. No dije nada más, ni a Queso. Pensaba que era normal correr ese riesgo.
El Conecte
Conectar es quizá una de las fases más incómodas y peligrosas para nosotras. En el caso menos riesgoso para nuestra integridad pero que forma parte de la misoginia dentro de la cultura cannábica, es el intento por vendernos producto de poca calidad.
“Muchas veces, con la idea de que las mujeres no saben de mota, quieren incrementar el precio y a veces darte mercancía de menor calidad. Por eso, hace un tiempo, tuve que pedir a un amigo comprarla por mí. Desde entonces cambié de dealer y todo bien, pero no soy la única a quien le pasó”. Me expresó Marion, un amiga y docente de francés de 35 años.
“Una vez me pasó que compré junto con mi prima (dos mujeres ‘solas’) y el tipo literal nos quiso pasar un pasto recién arrancado como marihuana”, me comentó Mandy Romero, de 25 años de edad, quien se desempeña como secretaria particular en un museo de Tabasco.
“Las más de las veces cuando ven que soy mujer, quieren tirarme la onda o invitarme a ‘echarnos un churro y pasar el rato’, con insinuaciones subidas de tono o de plano me dicen directamente que quieren algo conmigo, cuando sólo los contacté para comprar marihuana”.
En otras ocasiones -relata- cuando asiste a comprar y “echa el toque”, ellos quieren seguir fumando, orillándola a situaciones donde no se siente cómoda por las insinuaciones sexuales.
O Samantha Vázquez, de 18 años, estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM: “siempre noté que había un trato diferente de dealers hacía sus compradores dependiendo si eran hombres o mujeres. Por lo regular cuando conectaba acompañada de un amigo dentro de mi escuela (CCH Vallejo) notaba que los que nos vendían siempre se dirigían hacia mi amigo hombre a pesar de que fuera yo la que les compraba o se hablaban muy de compas y a mí me hacían a un lado.”
Quizá lo anterior podría ser “poca cosa” para los hombres necios acostumbrados a negar la violencia machista oculta en el “igualismo” y el “humanismo”, pero está dicho que gran parte de los feminicidios (la expresión más brutal de la violencia hacia nosotras) iniciaron con acoso sexual.
Son muchas las frases que escuchamos: “hazte morra de un dealer para conseguir producto gratis” o “no van a hacer trato contigo porque eres morra y te van a querer hacer otro tipo de trato o estafar porque no le sabes a eso”. Son muchas nuestras vivencias, nuestras molestias y también es mucho nuestro hastío.
El levantamiento y la organización a largo de la historia de mujeres oprimidas por el sistema hegemónico masculino, pero encaramadas sobre la llama de la justicia feminista, ha propiciado la creación de múltiples convergencias que van de lo teórico a la práctica de la vida cotidiana.
Y como mujeres consumidoras de cannabis y de cualquier otra sustancia psicoactiva, es menester encontrarnos, juntarnos y organizarnos para establecer puntos de contacto entre los conceptos feministas y nuestras vivencias como mujeres usuarias; crear espacios seguros de compra, distribución y consumo sin reproducir los estragos del mercado actual de las drogas.
Así como me dijo Cynthia, de 20 años y estudiante de Ingeniería Química en la UNAM: “con un enfoque 100% verde, libre de sangre, inclusivo, ajustado a los precios correctos, vegano, libre de conservadores y 100% mexa”, creando redes entre nosotras donde fumarnos las tres no sea sinónimo de escarnio, cuestionamiento, violencia o espectáculo.
También habemos mujeres navegando libremente nuestra propia conciencia y haciendo del activismo cannábico uno más feminista para luchar, repensar y rolar.