Martín Barriuso es un activista cannábico del País Vasco y uno de los principales impulsores del modelo de los Clubes Sociales de Cannabis (CSC). Es fundador de Kalamudia, el primer club cannábico en cultivar su mariguana, y de la Pannagh, organización que protagoniza una batalla legal en las cortes españoles por la defensa de los derechos de los usuarios de cannabis. Aprovechamos su participación en el Cannabis Hub para entrevistarlo:
¿Cómo se desarrolló la idea de los clubes sociales de cannabis?
La idea se le ocurrió a la Asociación Ramón Santos de Estudios del Cannabis, en el año 1993. La cuestión es que en España, desde el año 74, el Tribunal Supremo decidió que el consumo no debía considerarse delito, y desde ese momento no ha habido un castigo penal contra el consumo de cannabis ni de ninguna otra sustancia ilícita.
Y luego esa idea, de que el consumo no es delito, se fue desarrollando para definir, más o menos, hasta donde llega el consumo o qué puede considerarse consumo. Y una de las figuras que acabó reconociendo el Supremo es el Consumo compartido, esto es un grupo de consumidores, “adictos” en su jerga, que se agrupan para comprar conjuntamente y mandan a uno de ellos con la “vaca” para comprar para todos. Y a partir de esa idea de que comprar conjuntamente es una forma de consumo compartido, esa asociación planteó que en vez de recurrir al mercado negro, que precisamente es lo que pretende evitar la ley, lo produzcamos nosotros mismos.
¿Qué pasaría si fuera así? Entonces le escribieron al fiscal anti droga de Cataluña y él les dijo que puesto que el consumo es un acto que no es delictivo, el acto preparatorio, lo que necesitas para llevar a cabo ese consumo, también debería ser no delictivo, pero que a falta de hechos concretos no se podía pronunciar. Entonces lo que hicieron fue darle hechos concretos y hacer una plantación para unas cien personas, con aproximadamente 200 plantas, se las arrancó la guardia civil y acabaron procesados, pero les absolvió la audiencia. Pero mientras éstos estaban esperando el recurso, al Tribunal supremo le empezaron a salir otras asociaciones, entre otras Kalamudia de la que fui presidente en el año 97.
Por aquellas fechas, 96-97, el resto de las asociaciones, otras 6 o 7… Todavía nos llamábamos Asociación de estudio del Cannabis, ni siquiera nos podíamos inscribir como asociación de consumidores ni como clubes, ya que a nadie se le había ocurrido transformar eso en un club. El resto de asociaciones decidió hacer una campaña que se llamó “Contra la prohibición me planto”, pero la única que llevó a cabo la plantación fue Kalamudia. En el año 97 plantamos y nos dejaron cosechar, cada mes se permitía una cosecha en España y lo que pasó fue que en un par de meses, o menos, el Supremo resolvió, después de varios años pensándose el tema de la asociación ARCEC, que el cultivo era una actividad peligrosa y eso lo convertía en delito.
Repetimos los cultivos 99 y 2000. No pasó nada a pesar de esa sentencia, entonces se empezó a cultivar. En el año 2001 salió un informe jurídico que el gobierno de Andalucía encargó a la universidad, sobre qué condiciones tenía que tener un local y ¿cómo podía hacerse para usar cannabis legal? Pensando en uso terapéutico, pero también en no terapéutico. Y el informe decía que analizando la jurisprudencia del Supremo, éste tenía que ser un espacio cerrado, sin ánimo de lucro, tenía que ser para un consumo inmediato, para mayores de edad, etc.
Basados en esa idea, empezaron a crearse los clubes. La idea del club nace en Cataluña. En 2001 se crea un club en Barcelona que en realidad no llegó a cultivar, donde para inscribirse había que ser usuario. Al año siguiente empezaron a crearse otras asociaciones, en las que para formar parte también había que ser usuario de cannabis, te tenía que invitar otro miembro que diera fe de que eras usuario y te conocía. Simplemente porque esto no está regulado y todo está en ensayo y error. La persona se inscribe cuando la asociación tiene marihuana disponible, lo que se hace es producir lo que los socios van a consumir. Y con las personas que no saben cuánto consumen se hace una especie de prueba, para llevar un control y así poder saber cuánto es el consumo de cada persona.
¿Hay algún registro oficial?, ¿se pagan impuestos?
Las asociaciones se inscriben como asociaciones civiles sin ánimo de lucro, una sociedad normal, puede ser una asociación de amigos, allá [en España] son 3 personas como mínimo, si es de estado o de ámbito autonómico se acude al departamento de justicia de ese estado, y si es de ámbito federal se llena un registro federal de asociaciones únicamente cuando uno inscribe a la asociación, y se ponen los fines; nosotros poníamos, por ejemplo, que era para evitar los peligros inherentes del mercado negro y que al establecer un lugar privado de consumo se realizaban actividades para reducir los riesgos [de los usuarios].
¿En qué consiste un CC?
Un club es una asociación de gente que para no acudir al mercado negro monta su propio cultivo, lo cultiva colectivamente o le pagan a alguien por que haga de jardinero. Hay diferentes fórmulas posibles, pero el asunto es no acudir al mercado negro y saber la calidad de lo que produces, normalmente hay un sitio para consumir, aunque uno se lo puede llevar a casa; esto nos ha dado problemas, porque no tiene sentido que alguien que la utiliza para dormir y para fines medicinales vaya al club solo para fumar y luego volver a casa, eso no nos parecía.
¿Qué otro beneficios tienen los usuarios?
De entrada si el precio no es más barato es parecido y es estable, se tiene un sitio para consumir, luego la asociación, por el código de buenas prácticas que tenemos en la FAC, una de las cosas que hace es enviar a analizar la marihuana para por lo menos saber cuánto THC y CBD tiene, y poder ajustar la dosis de consumo.
La asociación también daba información sobre riesgos, teníamos consultorio legal y si te ponían una multa por consumo en la vía pública se proporcionaba asesoría para no tener que pagar un abogado, a menos que fuera necesario.
Se hacía una fiesta en una casa, con toda la cosecha, para que toda la gente pudiera probar todas las variedades a gusto y luego decidir qué se va a llevar. Y ese tipo de cosas, música, revistas y hasta podían ir a los cultivos a ayudar.
También había una médico voluntaria que supervisaba, esa socia que es paciente de fibromialgia y además era auxiliar en una clínica, hacia la primera entrevista a los pacientes y con base en eso se sabía si usaba algún medicamento. Los usuarios terapéuticos pagaban más barato, luego el grupo empezó a producir aceites, cremas y pomadas, dependiendo de la iniciativa de cada grupo.
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