Por: Luis Cottier
Todo escritor ha sido desempleado, pues quién le compraría a uno un poema o un cuento o lo mantendría mientras termina su novela. Pareciera que más que un don de letras, se necesita un don para vivir sin alimento. Todos los que por la literatura o por las circunstancias hemos sido expulsados del mundo del salario y que ni siquiera hemos encontrado lugar en el hetaírico arte de cuidar la salud del punto, la coma y el acento –profesión ingrata que sólo te reconoce cuando yerras y no cuando salvas el barco−, lo hemos pensado: ¿Y si mejor vendo marihuana?
Y no me refiero a quienes como el best seller Andrés López López, autor del Cartel de los Sapos, tiraron la toalla del negocio ilícito para dar el salto a otro en apariencia más tranquilo –como si en la literatura no se disolviera al enemigo en ácido desde tiempos inmemoriales−, sino a aquellos que por lealtad a su adicción más tenaz, prefirieron el riesgo.
Quiero tratar aquí a uno de los más emblemáticos, me refiero a José Alfredo Zendejas, mejor conocido como Mario Santiago Papasquiaro ¿o debo decir Ulises Lima?
Como es de imaginarse, vender droga siempre se oculta, pues nadie quiere la visita de un ministerio público ni siquiera a su sección en la biblioteca, por pequeña que sea ésta. Bruno Montané Krebs, en una entrevista en Pez banana, pretendió aclarar esta cuestión sobre Papasquiaro, como para evitar investigaciones extraliterarias:
Eso es un chiste. Mario Santiago —el PostMario que conocemos luego de 1979— era poco más que un teporocho y alcohólico. Orlando Guillén vivió con él, y cuenta que cuando se emborrachaban comprometían a todos los presentes. Una bronca se podía armar por sus ingenios. Y sí, en ocasiones Mario vendió mota para vivir. Las únicas revistas que hicieron los infras se hicieron con dinero de los cuates.
De ese tal post Mario es el poema que luce enmarcado en la pulquería La Hija de los Apaches, dedicado expresamente al lugar, y que dice:
Moriré sorbiendo
pulque de ajo
(…)
La vida es 1 madriza sorda
(…)
Mejor largarse así
Sin decir semen va o enchílame la otra
Garabateando la posición del feto
Pero ahora sí
Definitivamente
& al revés
Aunque nos pidan que desconfiemos, es él quien en su Carte d`Identité señala sobre sí mismo “Escribe como camina/ a ritmo de chile frito. A tranco firme & sin doblarse”. En sus imágenes abruptas que nos escupen en la cara encontramos una metáfora de sus caminatas incansables por la ciudad de México, en las que se descubren situaciones disímbolas, contradictoras e impetuosas como “chinampas en fuga”. Su vida acarició la tragedia por el hecho de que siempre caminó en rebeldía contra los semáforos y los cruceros, de tal forma que su muerte fue en uno de sus recorridos, bajo la violencia mecánica de las llantas de un auto que iba llegar tarde al trabajo.
Él mejor que nadie encarna sus propias palabras “Si puedes ser leyenda/ Para qué ser fosa común”, y para no salir del tema recordemos cómo se retrata Roberto Bolaño a sí mismo y a nuestro autor, en palabras de su personaje Pérez Camarga: “Belano y Lima no eran revolucionarios. No eran escritores. A veces escribían poesía, pero tampoco creo que fueran poetas. Eran vendedores de droga”.
¿A cuántos vendedores de droga habremos leído y a cuántos escritores habremos financiado sus cuartillas comprándoles guatos de cien pesos? Y es que “por lo pronto ningún dibujito fálico en la pizarra de una escuela es la vida”, por lo que es mejor desconfiar de cualquier camino que nos digan que es seguro, ya que escribir es encarar el camino so pena de todos los riesgos.
Ante semejante existencia sólo queda asegurar que para escribir no se necesita un empleo, un modo de supervivencia lícito o legítimo y seguramente tampoco comer, pero es indispensable la honestidad con lo vivido. Papasquiaro lo veía claro:
Sigo vivo nada más por ti / poesía desgreñada
(…)
Sólo a ti te he visto nadar en el piso
Sólo a ti te he visto rajarle el hocico a los aires