Nidia A. Olvera Hernández[1]

@Nidotzin

 

El peyote es una cactácea endémica de México, identificado con la especie Lophophora williamsi, que se ha dado a conocer por su ancestral uso entre poblaciones indígenas, en particular de huicholes y tarahumaras. Sin embargo, a lo largo de la historia esta planta ha sido empleada por distintos grupos sociales y fuertes dosis de mescalina han sido recomendadas desde el período novohispano para curar múltiples enfermedades; así como con otros fines. Incluso cuando desde la época colonial este fantástico psicoactivo fue prohibido y estigmatizado.

            En la Nueva España, distintos fueron los usos que se le dieron al peyote. Principalmente fue empleado para encontrar objetos perdidos, con fines amatorios y afrodisíacos, para tener valor y fuerza, como amuleto, para la adivinación y por sus propiedades medicinales. En relación a las prácticas terapéuticas con esta cactácea, durante el siglo XVII en el Convento de San Jerónimo –el mismo en que Sor Juana Inés de la Cruz fue enclaustrada– otra monja llamada Isabel de San Nicolás uso manteca de peyote untada para aliviar la gota. Esto lo hizo porque otra religiosa de la orden de San Francisco se lo recomendó. Isabel consiguió el cacto con una indígena de Chalco que llegaba a vender legumbres hasta el centro de la ciudad. Como el ungüento no le había hecho efecto, le sugirieron que se untará más y que si después de  ungirlo en su piel se le aparecía un viejito que le apretaría las manos, no debía de asustarse. Pero para la religiosa, estas curaciones provenientes de las prácticas indígenas se acercaban más a hechicerías y supersticiones que a un tratamiento médico, por lo que decidió confesarse y no volver a emplear plantas que podían producir alucinaciones.

            Otro caso fue el de Juan González, un hombre de San Luis Potosí, que durante 1628, al verse muy pobre y desconsolado decidió seguir el consejo que un amigo minero suyo le había dado en las minas de Charcas, vetas de plata que por cierto se encuentran entre la capital potosina y el pueblo de Real de Catorce. Lo que el amigo de Juan le dijo fue que tomando peyote había  podido encontrar varios yacimientos de minerales. Así fue que Juan logró conseguir varias ejemplares de esta cactácea con una mestiza de nombre Petrona. Por lo que Juan, Petrona y un indígena se reunieron en la casa de la mujer, a donde llevaron velas, sahumerio, imágenes de santos y un crucifijo. Bajo los efectos de varios gajos del psicoactivo cacto, rezaron toda una noche entera  y ofrecieron una Misa a San Nicolás. Al amanecer, ninguno de los participantes logró visualizar evidencias para encontrar la mina. Juan creyó que todo había sido un engaño o arte del demonio. Se confesó con el notario del Santo Oficio de San Luis Potosí y pidió misericordia por el grave error que había cometido.

            Asimismo, en el pueblo de Zapotlán, muy cerca de la actual ciudad de Guadalajara, se registró otro testimonio en el que el peyote aparece como medio para encontrar objetos perdidos. Fue así que Jerónima, una mujer proveniente de Portugal, desesperada de ver a su hija enferma y no encontrar cura, recurrió a una indígena de nombre Polonia que era famosa por ser hechicera y adivinadora, ya que acostumbraba tomar peyote para encontrar cosas robadas. Supuestamente, para hacer estos hallazgos Polonia ingería el cacto y posteriormente mediante una jícara llena de agua podía visualizar a los culpables de cometer hurtos o averiguar el origen de cualquier padecimiento. Al final, Jerónima pensó bien las cosas y se dio cuenta que se podía tratar de un embuste o de actos que iba contra la Santa Fe Católica. Por lo que, no dejo que su hija tomará el tratamiento y decidió denunciar a la indígena, que calificó como idólatra, ante el Santo Oficio. Sin embargo, Polonia no pudo ser detenida y durante la primera mitad del siglo XVII continuó haciendo sus adivinaciones y hechicerías con peyote y otras hierbas psicoactivas en los alrededores de Zapotlán, Jalisco.

            Otros interesantes usos fueron los relacionados con el amor y la sexualidad, ya que el peyote fue un importante componente de las mixturas empleadas en la hechicería amorosa. Por ejemplo, durante 1931 una tal Juana de Avilés sufría por los ataques de violencia de su marido Diego Hernández. Por lo que decidió prepararle una sabrosa taza de chocolate, cuyo ingrediente principal eran unos polvos de peyote que le había comprado a una indígena por ocho pesos. Según Juana los polvos no surtieron ningún efecto, puesto que su esposo siguió siendo agresivo y golpeándola.

            Como estas evidencias, existen decenas más en documentos de la Inquisición resguardadas en el Archivo General de la Nación[2] y mediante su estudio es posible conocer más sobre la importancia religiosa, médica y ritual que ha tenido el peyote y otras plantas sagradas desde hace cientos de años en el país. En particular, la mayoría de los casos asociados a la cactácea se dieron  a raíz de la publicación del Edicto del Peyote de 1620. Al parecer, este documento fue la primera prohibición de las drogas en el territorio nacional. En el cual se señaló que el uso del peyote o de cualquier otra hierba con efectos similares era una acción supersticiosa, donde se vería notoriamente la interferencia del demonio y se consideró como una práctica reprobada por el Santo Oficio de la Inquisición, por lo que su uso quedó estrictamente prohibido y se determinó que a quien infringiera esta norma se le multaría e incluso podía ser excomulgado.

Actualmente esta planta y su principal alcaloide –la mescalina– se encuentran penalmente sancionados. Y de hecho están considerados por la Ley General de Salud como un psicotrópico sin ningún valor terapéutico y como un problema para la salud pública. Lo cual, contrasta con los usos medicinales que ha tenido el peyote desde tiempos prehispánicos y siguen dándole diversas comunidades indígenas y de otros grupos sociales para distintas afecciones.  Por lo cual, resulta indispensable repensar las políticas respecto al peyote considerando su importancia histórica, sus usos tradicionales, así como otros factores de carácter ecológico y científico. A diferencia de las reglamentaciones contemporáneas, parece ser que las prohibiciones novohispanas de la Inquisición si surtieron efecto. Debido a que los usos del peyote y de otras especies psicoactivas disminuyeron y se fueron rezagando a zonas cada vez más alejadas y a ciertas poblaciones indígenas; así como sus usanzas y significaciones se fueron transformando. Sin embargo, estás no desaparecieron del todo y algunas dosis de los ancestrales conocimientos enteogénicos se transmitieron de generación en generación y han perdurado hasta nuestros días.


[1] Historiadora y antropóloga de todo lo que modifique la conciencia. Actualmente realiza el Doctorado e Historia Moderna y Contemporánea en el Instituto Mora.

[2] Toda la documentación aquí reseñada se encuentra en: Archivo General de la Nación, Instituciones Coloniales, Ramo Inquisición, Fondo Indiferente Virreinal.