Todos usamos drogas. La humanidad ha experimentado con sustancias desde el desarrollo de las primeras civilizaciones. Es hasta hace relativamente poco (unos 100 años) que el consumo de algunas de ellos comenzó a ser castigado. Esta separación de “buenas” o “malas” drogas se extendió hacia la gente que las usa, por lo que ahora hay “buenos” consumidores y “malos” consumidores.
Estos últimos, suelen ser catalogados en palabras que cargan un alto nivel de estigmatización y discriminación. Por ejemplo: adicto, vicioso, drogadicto, etc. Estos “términos” suelen utilizarse sin distinguir entre sustancias o si se trata de un consumo problemático. Si lo que te metes es ilegal eres un adicto (y probablemente un ratero bueno para nada).
Así es como la sociedad nos piensa, lo que desencadena varios problemas. Uno de ellos, es el abuso de autoridad y violación a los derechos humanos en diversos escenarios. Desde la detención por posesión, en la cual el oficial puede recurrir a la intimidación para que el detenido lo soborne a cambio de su libertad.
Esto puede incentivar a los elementos de seguridad a perseguir a usuarios no violentos (en su mayoría jóvenes) quienes se encuentran hasta el final de la cadena del narcotráfico. Por ejemplo, en 2017 se registraron 397 delitos contra la salud en la Ciudad de México. De ellos, más de la mitad (234) fueron bajo la modalidad de transporte y posesión. Mientras que para comercio, tráfico y producción apenas se registraron 163. (fuente)
De igual manera, esta falta de distinción obstaculiza a quienes sí presentan dependencia y necesitan ayuda de un profesional de la salud. Y es que en muchos casos estas personas suelen recibir tratos denigrantes, además de ser rechazados de sus círculos sociales más cercanos: familia, trabajo, escuela, vecindad.
Esto exacerba las condiciones que (muy probablemente) orillaron al individuo a un consumo problemático. Por otro lado, experimentos como el de Portugal al despenalizar las drogas han dado resultados fructíferos. Ellos dejaron de perseguir a la gente y tratarlos como criminales. Y desde 2001 redujeron el porcentaje de la población dependiente a la heroína de 1% a .3%. (fuente)
Este cambio de paradigma es complejo, y bajo esta premisa las autoridades suelen excusarse para mantener polìticas arcaicas y poco eficientes. Entonces toca a los consumidores demostrarnos responsables. Es urgente que dejen de pensar en nosotros como adictos rateros buenos para nada. Sin importar la sustancia que consuma yo o alguien más, no dejamos de gozar de nuestros derechos humanos fundamentales.
Un primer paso es prestar atención al lenguaje que utilizamos y observar si nuestro comportamiento replica las ideas que la sociedad tiene de nosotros. También es fundamental que nosotros mismos como usuarios no discriminos a quienes consuman otras sustancias. Aquí me permito incluir un último mensaje para la comunidad cannábica, pues bajo la bandera de “mi droga es natural” suelen discriminar a usuarios de “sustancias más duras”, replicando el estigma del que ellos mismos son víctimas.