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Crédito: Earth Drummers de Leah Marie Dorion.

 

“Soy mujer…”, empiezan los cantos de María Sabina. Mujer luna, estrella de la mañana, que mira hacia adentro, que gira porque es mujer remolino; mujer chamana, sacerdotisa o curandera. Desde Huautla de Juárez hasta las mesetas andinas, las montañas siberianas y los pueblos aborígenes australianos, las mujeres con su presencia política y espiritual han existido, cofundando cosmovisiones y elevando la espiritualidad de los pueblos.

Como constructoras de un legado histórico que si no se nombra se olvida, las mujeres han sido partícipes de la vocación chamánica atribuida en el inicio de las investigaciones antropológicas a los hombres.

Bajo una línea de pensamiento androcéntrica (visión del mundo que sitúa al hombre como centro de todas las cosas) se han negado, obscurecido e incluso eliminado no sólo la importancia sino la primacía de las mujeres en las prácticas ritualísticas de las culturas ancestrales.

Los estudios históricos, hasta la segunda mitad del siglo XX, vieron a la mujer al margen de la formación de las sociedades y las consideraron innecesarias en las ocupaciones definidas como de importancia histórica, así lo estudió Gerda Hedwig Kronstein, austriaca historiadora feminista, quien aportó sus principales investigaciones a su obra “La Creación del Patriarcado”.

Una de las actividades de importancia histórica fueron los y las chamanas. A pesar de las implicaciones que el uso del término “chamanismo” o “chamán” trae consigo (al ser homogéneo y no permitir pensar las prácticas rituales genuinas de las diversas culturas), para fines de este texto se empleará sin mayor precisión no sin antes puntualizar algunos rasgos importantes.

Derivada del tungús, lengua altaica hablada principalmente en algunas regiones de Siberia, Mongolia y el norte de China, la palabra chamán significa “que sabe”. Algunas especialistas indican que a su vez deriva del indio antiguo “schramana”, para nombrar a los monjes ascetas y de “schraman”, que significa “esfuerzo” o “fatiga”. En el seno de su genealogía lingüística, se define chamán o chamana como “especialista del sacrificio” o “especialista en las técnicas del éxtasis”.

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Crédito: Leah Marie Dorion.

A pesar de las definiciones propiamente occidentales, hay una multiplicidad de casos donde se aplica el concepto, en todos ellos los llamados chamanes cumplen una variedad de funciones dependiendo de la cultura donde se encuentren y puede ir desde la curación con plantas medicinales, videncia, liderar sacrificios y partería, hasta la realización de cualquier otro ritual que trascienda los límites de lo judeo-cristiano.

La palabra originalmente viene de Siberia, lugar donde en las principales cavidades destinadas a ser el descanso eterno de lo que se cree eran chamanes, la mayoría de los restos encontrados eran de mujeres.

El primer gran mito en la historia del chamanismo, se vincula estrechamente con los cazadores.  

El antropólogo Michael Ripinsky-Naxon, sugirió que los sistemas chamánicos surgen de la tradición masculina de los cazadores paleolíticos; de la misma forma, Walter Burket, historiador y filólogo cuyo aporte al tema apareció en el libro compilatorio “Chamanes a través de los tiempos”, mencionó que dicha actividad ritual inició para asegurar el éxito de la caza y el control de los animales, actividades fundamentales para el desarrollo de las sociedades.

Lo anterior no termina por resolver la cuestión sobre el origen del chamanismo pues, en primera instancia, se levanta sobre un paradigma de investigación histórica y antropológica refutado.

A través de una vasta demostración, Gerda Hedwig Kronstein, en su texto ya citado “La Creación del Patriarcado”, menciona que la dominación del hombre sobre la mujer se justificó por años bajo criterios biologicistas, ¿a qué se refería? A los hombres se le atribuyeron características biológicas como tener mayor fuerza, velocidad, resistencia, habilidad y agresividad, lo que los capacitaba “naturalmente” para ser cazadores y con ello, ser los principales proveedores de la energía alimenticia de las pequeñas comunidades, otorgándoles con el tiempo poder político y espiritual.

Las mujeres, al ser “naturalmente” menos fuertes, debían resguardarse en el cuidado masculino y dedicarse a la maternidad y la recolección de alimentos seculares.

Las investigaciones en sociedades cazadoras-recolectoras muestran la principal fuente de alimentación y es la proveniente de la recolección y caza de pequeños animales por parte de mujeres, niños y niñas, mientras que la caza a animales grandes es meramente auxiliar. El mito del poder de los hombres cazadores, la chamanería como vocación exclusiva para el hombre y hasta el desarrollo del cerebro gracias a las prácticas masculinas de cacería, se evidencia como discurso reproductor de la hegemonía masculina, según explica Elise Boulding, citada por Gerda.

Pasemos a otra región para hablar de mujeres chamanas y dirijámonos a China, en cuyo registro histórico se encuentran las “Jiu Ge” o nueve canciones, un conjunto de poemas que se dice fungieron como elegías chamánicas cantadas por mujeres para la invocación de seres divinos, buscando sus bendiciones por medio de un proceso de cortejo.

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Ilustración de uno de los once poemas Jiu Ge. // Nota aclaratoria: A pesar de que la traducción haya sido "Nueve Canciones", la suma total son 11. Se cree que el primero es introductorio y número 11 conclusivo.

En esta misma región, aunque hacia el sureste, pasando por el Mar Oriental de China, está el interesante caso de Taiwán, donde existe una controversia sobre la explicación del origen del chamanismo en la comunidad originaria de Puyuma.

Por un lado, hay quienes creen que el primer chamán fue una mujer de nombre Udekaw; por otro, las explicaciones posteriores a la colonización japonesa en la isla mencionan a Samguan, un hombre travesti.

Basada en una exhaustiva investigación de campo de 20 años sobre el pueblo Puyuma, la antropóloga francesa, Josiane Cauquelin, en su libro “The Aborigines of Taiwan: The Puyuma: From Headhunting to the Modern World”, explica que en cánticos ancestrales aparece el nombre de Udekaw, “una mujer extremadamente vieja que se pierda en la niebla del tiempo”. De acuerdo a los cantos donde aparece y a la explicación de la antropóloga, ella podría ser la primera chamana de Puyuma.

I'm leaving, I may look for the path; I may cross a suspension-bridge,  kayakai, perhaps walk at the edge of the waves, perhaps sink into the wet sand (...).

Me voy, puedo buscar el camino; puedo cruzar un puente colgante, kayakai, tal vez caminar al borde de las olas, tal vez hundirme en la arena húmeda (...).

Tras la colonización japonesa a la actual Taiwán en 1895, se ejecutaron forzosas políticas de asimilación cultural, no sólo prohibiendo las prácticas chamánicas, sino tergiversando también las historias ancestrales.

Udekaw parece haber sido borrada de la historia y en su lugar colocaron a Samguan. Según los relatos post-colonización, vestido de mujer mientras trabajaba en el campo, fue poseído por los espíritus para ser consagrado como el primer chamán de Puyuma.

Esa es la discrepancia entre la historia contemporánea y las canciones tradicionales, “es la forma en que una cultura casi borró a las mujeres chamanas del registro histórico”.

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Con el problema de la tergiversación histórica se suman también los problemas del lenguaje, específicamente las malinterpretaciones y las traducciones erróneas.

En Australia, por ejemplo, el término “putari” se tradujo como “médico brujo”, pensando en un hombre mayor con poderes especiales generalmente malévolos. 

En 1980 la antropóloga y especialista en comunidades aborígenes australianas, Catherine Berndt, en conjunto con su esposo, descubrieron que también las parteras eran llamadas de la misma forma.

No obstante, Diane Bell, reconoció en 1980 que “putari” era un término neutral acuñado a curanderas/os, herbalistas/os y parteras. Lo anterior es mencionado en el libro “The Woman in the Shaman’s Body: Reclaiming the Feminine in Religion and Medicine” de Bárbara Tedlock, antropóloga y nieta de una partera y herbolaria de Ojibwe, pueblo nativo de América del Norte, Estados Unidos.

Otro ejemplo es la traducción realizada por Norman E. Whitten, un etnógrafo dedicado a los pueblos indígenas de los trópicos húmedos, especialmente en los andes, quien tradujo del quichua la palabra “yachaj” como “chamán poderoso” cuando se refería a los hombres, pero como “maestra alfarera” cuando se remitía a mujeres.

“Con este acto de traducción aparentemente simple, quitó a las mujeres su don espiritual y las colocó en un rol femenino secular menospreciando el vínculo entre la alfarería y la espiritualidad”, escribió Bárbara Tedlock.

Hacia el siglo XV, la cacería de brujas en Europa (tema que no se abordará aquí) también se inscribe en la lógica donde el conocimiento de las mujeres en la botánica, la curación, la adivinación, etc. representaron una amenaza para los intereses de los monjes inquisidores.

En la misma época y latitud, comenzaban a fraguarse reflexiones que pronto darían pie a revoluciones paradigmáticas en la ciencia, la filosofía, las artes y la política, las cuales marcarían un preludio para erradicar, negar y olvidar el papel de las mujeres dentro de las comunidades en Abya Yala, hoy América Latina.

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De Leah Marie Dorion.

Desde la ciudad de Tarapoto en la Amazonia peruana, Rosa Giove, médica cirujana de la Universidad de Lima e integrante del equipo del Centro Takiwasi, participó en 1998 en el Segundo Foro Internacional sobre Espiritualidad Indígena, Ética, Mal y Transgresión.

En su ponencia “Warmi Kuraini: La Mujer-Medicina, la Espiritualidad y el Espíritu de las Plantas”, reconoce que la noción de la vida en Abya Yala se asociaba a la tierra y a la mujer como su análoga, definiéndola con mayor capacidad para acceder al mundo-otro (el de los y las diosas) y acceder así a otros conocimientos en relación a la curación.

Un ejemplo de lo anterior son las Machis mapuches. Revelando lo que significa para la comunidad, podemos prestar atención a las narraciones cantadas en mapudungun por weupife, un hombre cuya misión es transmitir oralmente las tradiciones de una generación a otra.

Él, a través del documental “Machi Eugenia”, canta la vida de la machi, quien siendo niña le “entró el espíritu en un corral de ovejas”, el poder para ser sanadora mapuche.

“Ella puede usar dos formas para curar: una es espiritual, de allí saca poder para los hombres, las mujeres y los espíritus. Los mapuches tenemos allí un gran poder, de allí sacamos nuestra fuerza. Ella trae fuerza del mundo espiritual, del mundo del cielo trae su gran fuerza (…) La machi busca el éxtasis, la machi busca el trance, con la ayuda del espíritu que habla a través de ella (…)”.  

“Nuestra hermana siendo machi sabe de hierbas para hacer remedios, y ella siempre busca sus remedios con la ayuda de su espíritu guía. Las buenas plantas para hacer remedios que sirvan a las personas (…).  Hermanos, hermanos, entiendan y escuchen cómo era nuestro pueblo, hermanos, hermanos”.

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Machis tocando el "kultrun". Fotografia de 1900. // El nombre Machi es usado para designar a la persona que tiene la función de autoridad religiosa, consejera y protectora del pueblo Mapuche.

Rosa Giove mencionó en su ponencia que el sacerdote o la sacerdotisa, al fungir como nexos entre las divinidades y los humanos, tenían el don de poder curar la enfermedad.

La religión y la salud permanecían en íntima concordancia: la salud del cuerpo y del espíritu pertenecían a la misma unidad. De esta forma lo afirma también la pensadora afrocaribeña y feminista decolonial, Yuderkys Espinosa, quien define la unidad epistemológica de Abya Yala como una “visión orgánica”, es decir, un todo donde confluían y se complementaban la Naturaleza, los seres humanos y el conocimiento.

Al igual que Rosa Giove, la también activista antirracista pone en el centro de los cuestionamientos el rechazo al cuerpo y la naturaleza que venía pregonando occidente a través de su proyecto civilizatorio.

De acuerdo a las principales voces de la filosofía política decolonial, el racionalismo cartesiano (de René Descartes), instauró un modelo de percibir el mundo desde una continua bipartición: mente-cuerpo, hombre-naturaleza, sujeto-objeto, civilización-primitivo, etc. Perspectiva catalogada como “heredera directa de la dominación colonial”.

En el proceso de colonización, apunta Yuderkys, la primera gran separación fue la del hombre con la naturaleza, cuya principal tendencia fue pensar que entre más alejado de la naturaleza se está, más civilizado se es. El hombre moderno, blanco, occidental y heterosexual era civilizado, mientras que todo lo no-occidental, era primitivo, no humano. Con una visión dicotómica del mundo, se le negó la humanidad a indígenas y afrodescendientes.  

 

La separación humano-naturaleza nombró inferior a esta última (tanto a los animales, las plantas y los territorios, como a las comunidades cuya cosmovisión se originaba en ella) y la puso al servicio de los hombres. Lo anterior se justificó y hasta la fecha sigue justificando las secuelas de la colonización, mediante el discurso científico positivista, el cual retoma sus orígenes del deseo de conocer las leyes universales que rigen los fenómenos naturales con el objetivo de controlarlos y dominarlos.

El proyecto colonizador, la modernidad occidental y el capitalismo mundial, beben del mismo vaso y son las mujeres quienes lo pagan. Silvia Federici, feminista del canon, en su libro “Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria” publicado en 2004, afirma que en la medida que entra el capitalismo al mundo, las mujeres pierden poder dentro de sus sociedades. Por otro lado, las feministas decoloniales aceptan la premisa no sin antes apuntar: el capitalismo no sería tal sin los procesos de colonización y deshumanización.

El paradigma civilizatorio antes mencionado, coloca todos los conocimientos y saberes ancestrales en la caja de lo “mágico-mítico” en contraposición a la “verdad científica”.

A pesar de ello, las mujeres han sido también las guardianas de la tierra y el territorio al ser la voz viva de la medicina tradicional y la espiritualidad de las comunidades originarias y es imperativo nombrar y reconocer su papel.

En el trabajo periodístico presentado en 2017 por NOTIMIA Agencia Noticias Mujeres Indígenas y Afrodescendientes y titulado “Mujeres Medicina”, reconocen que el legado histórico de las mujeres curanderas y chamanas ha permanecido gracias a la transmisión oral de los saberes principalmente a las hijas, conocimientos sobre el ciclo de la naturaleza, el tiempo y espacio de las plantas, respeto hacia la vida, reconocimiento de plantas medicina, entre otras.

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Talking Circle Medicine de Leah Marie Dorion.

Nombremos a las mujeres espirituales, chamanas, parteras, sobanderas, herbolarias, ellas existieron y existen en sus saberes ancestrales, en sus comunidades originarias y en la historia universal no contada, donde viven en la  memoria y donde resisten aún si la llamada universal se aferra con tenacidad a borrarlas.