Esta historia pasó hace muchos años, incluso muchos de ustedes no habían nacido cuando sucedió. Lo cierto es que la recuerdo muy bien, fue una tarde del 19 de marzo del año 1995, día en el que Michael Jordan anunció su regreso a la NBA diciendo: “He vuelto”. Eso no se olvida homis, por eso nunca olvidé ese día que sufrí mi primer decomiso de mota en casa, así fue, ese lunes de loquera no pasé el retén de la jefa.
Regresaba de la ENEP Aragón, como cada lunes pasé a surtirme de alfalfa a la conecta del 21 de Chucho Carranza, en el barrio bravo. Pero esa vez compré mi primer kilo de mota en greña, recién bajada de las orillas del Río Balsas, y por la cual pagué $1,000 pesotes. Mientras me hacían mi talega, me forjé dos churros para calar el material, tenía sabor a bosque-pinito; platiqué con el Apá del punto y terminé de darle fire al queso.
Me enfilé hacia mi barrio, allá por los rumbos de Iztapalapa. Llegué al metro Zócalo y tras cerciorarme de que no hubiera polis a la redonda, abordé el vagón con dirección al metro Constitución. Baje y subí las escaleras del metro tirando un 18 con la mirada, para ver si no había tiras en el paradero. Tomé el micro sobre la avenida Ermita y me bajé frente al punto de la Madame, el que llamaban “Parque Encantado”, fumadero de la banda que le mete a la piedra, a la golosa piedra; compré dos de a tostón y pensé en chingármelas junto al frontón de la calle 51.
Pasé a saludar a la banda pacheca, y varios churros, boilers, chelas y retas después, seguí avanzando por la calle 55 con destino al Pueblo de Santa Cruz Meyehualco, pero no sin antes hacerle el paro a la banda con los 20, 30 o 50 pesos de café para su personal. Atravesé el kiosco y me encaminé a la pulquería para refrescar el gañote, todo iba excelente hasta que apareció el Píldoras ofreciendo sus famosas pastillas de flunitrazepam, las que llamaban las “reinas”, le compré un par y por un toque me dejó otras dos. Rápidamente me llevé dos a la boca, que pasé con un sorbo de carta blanca, y en corto sentí el putazo, minutos más tarde verifiqué tres o cuatro veces que llevaba la maleta. Decidí caerle a la cuadra.
Avance por la Manuel Cañas. Hice una parada en el anexo fuera de serie del barrio, donde tenían apandado a un compa mío. Le chiflé con el silbido de la banda y apareció en corto, pues él ya era el “primero”, el encargado de la llave; le dije que le llevaba un toque de mota y mencionó “chingón por el detalle”. Como vió que ya me estaba prendiendo un toque en la puerta del anexo, dijo que siguiera avanzando y así lo hice. Llegamos a la cuadra, en la esquina ya se encontraban el Greñas, el Gordo y la Loba, en corto saqué la maleta y les invité un gallo a cada uno, pues en el barrio no estábamos acostumbrados a correr, siempre cada quien el suyo. Ya prendidos, cuando iban a mandar por las caguamas, me lancé a mi casa e hice el clavo, guardé la maleta y salí a la calle nuevamente.
Ya instalado en la banqueta saqué las otras dos pastillas y me comí una, la otra la eché a la caguama y después de sorber un trago, corrí por la derecha. La neta es que valí verga ese día y ese fue el pedo. No recordaba a qué hora se había acabado la fiesta. Desperté en el sillón de la sala y, cuando pude reaccionar, pensé en salir a la calle a fumar un joint. Atravesé el patio, al llegar a mi cuarto y pasar el R8 no apareció el clavo, traté de recordar si en la noche anterior había entrado a mi cuarto por un gallo, pero no recordaba ni madres, tampoco recordaba por qué traía dinero en la cartera... hasta que llegó el Greñas y tocó la puerta, me pidió si le vendía un toque de la mota que estábamos fumando horas antes, no quise decirle que no recordaba dónde había hecho el clavo y le dije que volviera más tarde. Cerré la puerta y fue cuando note rara a la jefa, como que estaba esperando que le preguntara, traté de recordar... borrosamente recordé que durante la noche hice dos o tres bisnes, por eso el varo en la cartera; pero no lo suficiente como para pensar que había vendido toda.
En ese momento no imaginaba que el clavo estaba en el bote de basura, no imaginaba que mi jefa me había puesto espía y que había torcido el clavo durante la noche; que dejó de ser clavo porque, de las tantas veces que entré y salí del cuarto, dejé a la vista la bolsota de mota en greña, la dejé sobre el escritorio de la recámara de lo drogado que andaba. Tampoco imaginaba que ese mismo día me iba a ponchar frente a mi jefa por mi gusto por la Juanita. Y así fue el desenlace de la historia:
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Oiga jefa ¿no vió una bolsa negra en la recámara?
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¿Qué bolsa?, ¿para qué la necesitas?
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Es que es del Greñas y hace rato vino a pedírmela. Me la dejó encargada.
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¡No me quieras ver la cara de tonta! -dijo la jefa-. ¿A poco crees que no sé que es marihuana y que andas fumando? Es más, ya la tiré a la basura.
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Pero jefa ¿cómo que la tiraste?, si eso vale mucho dinero.
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¿Quieres que le diga a tu papá?
En corto reaccione y pensé “¡A huevo! No le va decir al jefe”, y me la comí callado. Salí de la cocina y avancé hacia los botes de basura, busqué el clavo y lo encontré ahí, yacía revuelto con restos de comida. Agarré el huato con olor a caldo de pollo y me lo llevé a la recamara. Traté de quitarle la basura, después de media hora logré rescatar un buen gallo y ponché un porro de la poca mota que no había tenido contacto con la basura.
Estaba a punto de prender cuando chifló el Greñas, “¿qué transa padre, si vas a hacer el paro con ese cuartel?” Le dije “clávate”, y en la recámara le pase su cuartel. Aún recuerdo como la tomó entre sus manos y, después de olerla, exclamó “¡que rica carnal!, ¡hasta huele como a pollito!”, “¡ráyese mi Greñas!” -alcance a responderle, y prendí el toque que ya traía en la boca.