Esta crónica es de hace muchos años cuando la miada rifaba en todos los barrios, así como hasta ahora. Yo la conocí en la sierra de Guerrero, en una mañana de noviembre del 2001. Esa vez llegamos de madrugada en busca de la ansiada yerba; desde que amanecía en aquella ranchería, la gente del lugar atendía a compradores de fuera del estado que llegaban queriendo mota.
A la casa en donde estábamos llegaban personas de todas las edades, hombres y mujeres, jóvenes y niños, todos cargaban o arrastraban costales de mota. Otros la llevaban en cajas de huevo o en bolsas de basura, incluso me tocó ver uno que otro “Cocho” que llegaba cargando la colas de borrego bajo el brazo o sobre el lomo de su burro. A nadie parecía importarle, estábamos en las inmediaciones de Filo de Caballos.
El precio de la mejor mota, en esos tiempos, era de 800 pesos, pura “punta cola” que llamaban la “Italiana”; luego le seguía una mota regular, de 500 pesos, era verde anaranjada y le faltaba trimming y trabajo, aunque para mi gusto la mejor de esa región. También había de las que costaban 300 el kilo, prácticamente las habían arrancado antes de llevarlas, tenían un semisecado in situ. Y había de otros precios que volverían loco de contento a cualquier tirador, sólo que todas esas entrarían en la clasificación de “la miada”, ya que era marihuana prácticamente echada a perder y con olor a podrido, o como ellos decían: estaba poxcaguada. Era mariguana de la temporada pasada.
Yo me limitaba a observar pues mi interés estaba en la semilla y no en la rama verde. Veía cómo compraban toda la yerba fresca, y cómo poco a poco fueron quedando menos personas y más yerba.
La misión era que el clavo se regresara lleno y faltaba más de la mitad para lograrlo, decían que iban a correr la voz a los pueblos vecinos y entre sus conocidos macizos para poder llenarlo, pero había que esperar uno o dos días. Aproveché para preguntarle al chofer del clavo si alguien compraba esa mota con olor a amoniaco, a lo que respondió que no solo la venden, sino que hay banda que se la fuma y paga por ello. Acto seguido, dijo que le acercara la cinta canela porque iba empezar a empacar. Le pregunté con cuántos litros se llenaba el tanque y mencionó que iban por la tonelada.
Durante ese tiempo aproveché para platicar con los cultivadores sobre sus técnicas de cultivo; unos sembraban de temporal y otros con sistema de riego, algunos índicas tresmesinas y otros sativas que tardan más. El chiste es que ese día me regalaron un guato de la “Roja sin Sema” que inmediatamente me puso nervioso y Pedro en chinga lo noto. Mencionó si me daba frio y le conteste que sí pues nunca había tenido en mis manos miles de semillas y contestó que estaba en terreno machín, que el pedo iba a ser cuando entrara a Morelos o al “defectuoso”, y siguió prensando.
Cinco días después, ya con el tanque de la troca lleno, sucedió lo que ahora les comparto. El primero a cargo mencionó que había espacio para meter un clavo personal y le dije que con las semas que me habían dado y lo que sobraba del kilo que compré era suficiente. Pero sus dos ayudantes no se iban a quedar en pausa y preguntaron “¿cuánto?”, “para lo que les alcance” respondió el Primero, y vi cómo cada quien sacaba 1,000 pesos de entre sus bolsas para comprar 10 y 10 kilos de la miada. ”¿Neta?”, le dije en tono amable a las mulas; ¡Puta! Éstos ya tienen dueño, solo hay que subirlos al volcán, me contestó el más joven y subió su costal a la troca porque ya iban a realizar el clavo.
Al otro día, después de brincar a la Policía Estatal y a la “Fea” llegamos al pueblo donde descargaron la mercancía. En el lugar ya se encontraban algunas personas que habían colaborado para el vaquero y exigían su parte de la verde. Unos se llevaban 10, 20 o 50 kilos, otros hasta 100; todo venía empacado en tabiques de 20 kilos. Quienes la recibían, la subían a la carretilla, al burro, a la mula o sobre su lomos, para enseguida tomar camino y perderse entre la espesura del lugar.
Al final ya sólo nos quedamos el patrón, el primero, el chofer y sus dos ayudantes. Tomábamos cerveza superior cuando llegó la esposa del patrón y dijo que le hablaban por teléfono a uno de los chalanes, quien presuroso agarró su costal de diez kilos de la poxcamiada y caminó rumbo a su casa, más no sin antes decirme: ¿Qué te dije carnal? Ya se armó la chuleta. Ya hay dos compradores en la casa, mínimo lo dobleteo.
Semanas después, dando el rol en varias colonias, pude percatarme que la mula tenía toda la razón, pude ver cómo vendían esa mercancía en las calles. La vi en la ENAH donde estudiaba, pues el “Crustáceo” tiraba de esa en la zona, desde la Carrasco hasta el Estadio Azteka. En Iztapalapa no se diga y en Ejército de Oriente igual. Incluso en Neza, Tepito y Chalco fumaban esa yerba que ahora lleva el nombre de la Panteón Kush. O la poxcamiada, como le digo yo.