Lunes por la mañana, el mejor tiempo para correr en el parque de la comunidad. En el lugar se han dado asaltos, violaciones de tipo sexual y, en un par de ocasiones, hasta cadáveres han aparecido. Aún así, uno busca ver el lado más verde de la vida. Salí de mi casa decidido a darle un par de vueltas al parque: “Hoy será un día mágico”, pensé.

Mi facha fue la adecuada: una playera deportiva, un viejo short y mis tenis casi deshechos. 

A dos pasos de la entrada del parque, sentí un golpeteo en el hombro, alguien me hablaba desde atrás, pero la música no me dejó escuchar. De pronto, a un lado de la acera había una patrulla aparcada con alrededor de 4 policías. Uno de ellos, vestido de civil, me da los buenos días.

-Joven, nos reportaron que estaban consumiendo drogas aquí. Vacía tus cosas por favor.

“Uta, menos mal. Él único día que vengo libre de bronca me toca la mala. Menos mal” -pienso, mientras comienzo a vaciar mis cosas: celular, cartera, audífonos y mi licuado fit. Nada más. Todo iba dentro de un morralillo. 

-¿Todo bien oficial? -le pregunté, dispuesto a comenzar mi actividad física.

-Ireeee, ¿y esta de aquí? -preguntó uno de los polis uniformados mientras en su mano presumió una fea pipa (culera, de verdad) con cenizas y resina dentro. -Estaba aquí en la jardinera -dijo- y señaló el pedazo de pasto que tenía junto a mí.

-Pues no es mía -dije. “Yo no fumo en pipas culeras” pensé.

-¿Cómo no?, yo te vi fumarle -dijo el mismo poli, o tal vez fue otro. Para ese entonces mi mente ya estaba preparando la mejor respuesta posible. Desafortunadamente, un usuario en esa situación tiene pocas alternativas. 

En primer lugar, hay pocas cosas menos fructíferas que discutir con un oficial de policía obstinado. Al amparo de la ley, su placa y un arma se sabe poseedor de la verdad y la justicia. 

-Yo te ví -repitió.

Ahora uno de ellos comienza a esculcarme. Me tocó muy presuntuosamente por la zona del cinturón e incluso desabrochó el hilo de mis shorts.

-¿No quiere ir a un lugar más cómodo, poli? -bromée, pues pensé que incluso llegarían a pedir que me desvistiera. Poco faltó.

-Quítate los zapatos y calcetines, por favor. -al escuchar estas palabras supe que comenzaba oficialmente la intimidación. A partir de entonces, con estos oficiales sólo podría obtener una de dos opciones. La primera, la más conocida, darles un moche para dejar de perder el tiempo (el mío y el de los contribuyentes que pagan el sueldo de estos policías).

O buscar la vía de la rectitud. Seguir el proceso, confiar en el aparato de seguridad del Estado y confíar en que mis escasos conocimientos sobre penas por posesión de drogas me llevaran, sin más que con la argumentación y la razón de mi lado, hacia la justicia. 

Además de no contar con mucho que ofrecer ($20 y mi celular, cuyo valor en contenido es superior a sus capacidades tecnológicas) sentí disgusto. ¿Por qué tendría que seguirles el juego? Me era más gratificante hacerles tomar la molestia de llevarme hasta el MP y que presentaran su heroica captura: un joven y una pipa (culera) con residuos de marihuana.

-Eso no es mío y no puede probar que lo haya usado yo -sentencié, seguro de lo que seguía.

-Bueno, entonces te vamos a llevar con el médico legista a que te haga la prueba. Si sales limpio te vas.

-Ok, vamos.

Yo sabía que dicha prueba nunca iba a ocurrir. En todo caso mi mejor opción sería presentarme ante el juez de control y a él exponer las irregularidades de todo el proceso (por ejemplo, en el camino me cambiaron de patrulla o los oficiales sin uniforme).

En realidad, yo sabía que lo más probable fuera que terminara pagando alguna multa o pasando cierto tiempo en los separos. Sólo quedaba reducir ambas a lo mínimo posible.

Llegamos, se me tomaron datos y huellas, hice mi llamada y recogieron mis cosas. Una médico me atendió. De manera amable certificó que yo arribé sin lesiones a los separos, me preguntó si necesitaba de algún medicamento y se retiró.

En la llamada telefónica que por ley tienes derecho a realizar le avisé a mamá de la situación. La puse en contacto con el Aboganjah, compadre de Estudiantes por una Política Sensata de Drogas y le pedí que conservara la calma, pues ahora los oficiales de policía harían todo lo posible por meter susto, miedo, espanto y demás formas de intimidación para elevar lo más posible el costo de mi multa o moche. 

Una vez desagujetado, me echaron a una celda amplia, fría y triste. Dentro esperaban alrededor de 25 hombres, la mayoría jóvenes. Me senté junto algunos de ellos, y comenzamos a intercambiar nuestras historias “fuera de la ley”.

-Yo iba saliendo del cine con mi chava. Era de madrugada y una patrulla se detuvo frente a nosotros. “Ahí traen una pipa”, dijo uno de ellos y nos revisaron. Me encontraron una bolsita con puro kief y me trajeron para acá. Me piden $4,000 para salir o me toca esperar 36 horas. Por mi novia vinieron casi luego luego.

-Estaba saliendo de una fiesta, pasé a la tienda por una coca y un bajón. Me senté en la acera cuando una patrulla pasó del otro lado de la calle, se dio la vuelta y sin prisa se detuvo frente a mí. Yo pensé que iban a la tienda, cuando uno de los puercos pidió que me pusiera de pie. La neta ya iba tomado, entonces me costó levantarme. “Esto nomás es coca, oficial” les dije, pero les valió madres.

“Yo sólo estaba orinando en vía pública… A mí me cogieron con la mona… Yo le tomé foto a unos postes de luz… Yo me di una vuelta prohibida en U”, eran otros de los comentarios que rebotaban en el concreto que nos rodeaba.

El aburrimiento también les hacía soltar canciones, chistes, maldiciones e improperios hacia las detenidas en la celda de junto. Al oficial que nos custodiaba le gritaban “¡poli, saca la mota!”. Yo, que ya me hacía allí dentro por 36 horas, me decía que sería una excelente idea acompañar esas historias con un gallo, sin duda sería más ameno el paso del tiempo.

No había marihuana, pero ese oficial vendía cigarrillos de tabaco a $10. Un verdadero crimen.

De vez en cuando uno salía, otro entraba, la mayoría sólo contaba las horas pues no alcanzaba a costear su pase de salida. Es desolador pensar que para las fuerzas del orden no representamos más que una fuente de dinero, pero también da calidez al corazón ver a la gente que está del mismo lado que tú y encontrar el mismo descontento con el estado actual de las cosas. Las mismas historias, anhelos, frustraciones y errores, así como nuestra capacidad para sobrellevar los malos momentos unos con otros. 

Cabe mencionar que al parecer me tocó un periodo “amable” dentro de la celda, pues esa misma mañana hubo un par de pleitos, gritos y confrontaciones violentas. Verdadera mala vibra, pues.

Pasadas 4 horas llaman a mi nombre, es mi madre al rescate. Ella me cuenta cómo estuvo desde afuera:

Al hablar con el Aboganjah, contemplaron la posibilidad de usar mi solicitud ante Cofepris (con la cual estoy en proceso de tramitar mi amparo) como parte de una estrategia para liberarme, pero concluyeron que primero debían conocer específicamente de qué se me acusaba (aún no les quedaba 100% claro si yo de verdad portaba cannabis al momento de mi detención o era fabricación de los oficiales).

Mi madre acudió ante el juez, quien en resumen le explicó: “Yo no sé si haiga(sic) traído o no marihuana. Lo encontraron con un vaporizador con restos de algo, yo no puedo probar que sea marihuana. Si le hago la prueba y fumó en su casa va a salir positivo, y de todos modos es muy costoso y tardado, entonces son $800 de multa por la falta administrativa”. Eso fue lo que se pagó, por verme sano un lunes en la mañana y salir a correr. 

Saltó a mis oídos lo del “vaporizador”, cuando mamá me narró lo acontecido. Fue el último mal chiste del día. Habrá sido confusión del juez con otro caso, o lo que encontraron los oficiales en primer lugar fue un vaporizador de alta tecnología con forma de pipa o el juez no tenía idea de lo que estaba hablando.

Tal vez el vaporizador apareció mágicamente en las cosas confiscadas, mágicamente junto a la pipa (culera), la cual también apareció de la nada en la mano del poli cuando me detuvo en el parque a unos pasos de donde hace tiempo apareció otra cosa: el cadáver de una persona.

¡Vaya día mágico!