Luis Cottier
Si lo que nos proponemos es construir el campo de estudio de la literatura pacheca, lo primero que debemos hacer es trazar sus linderos. Antes que nada, en la historia: ¿a partir de que momento es que las letras sacan la mota? Es decir, ¿cuál es su primera aparición o alumbramiento en el mundo de lo escrito?
Cuando hablamos de debuts de palabras, es inevitable que pensemos en dirigirnos a nuestra biblioteca de confianza a abrir el tomo correspondiente del almanaque de estrenos en lo que respecta a la letras hispanas. En efecto, hablo del Diccionario crítico etimológico de la lengua castellanas, de Joan Corominas, quien compiló en él la hora y lugar en que fueron por primera vez vistas las palabras.
El maestro Corominas difícilmente tuvo la suerte de que el humo de los jardines universitarios se colara en los sótanos de su biblioteca. Prueba de ello es la ausencia de la yerba juana en esta obra: lo está pero como “cáñamo”, y la registra como CANNABUM en Originum sive etymologiarum libri virginti, o las Etimologías de San Isidro de Sevilla (556-636). En este libro fue una de las primeras enciclopedias de las que tenemos noticias y es un honor aparecer ahí, a pesar de haber sido como material par telas, específicamente en el apartado “Acerca de las naves, edificios y vestido, el Cáñamo se llama así por su semejanza con la caña”, sentencia.
Pero no podemos irnos tan lejos que la mota se nos haga tela, por lo que es necesarios sostener que la Literatura Pacheca es la escritura de la yerba que se fuma y pone, si no correríamos el riesgo de estudiar la declaración de independencia de Estados Unidos por estar escrita en papel de cáñamo, como según cuentan.
Se considera la referencia más antigua con ese sentido a la mención del emperador Sheng Nong, monarca chino mitad mito, mitas leyenda, que hace aproximadamente cinco mil años escribió un tratado toxicológico con base en los experimentos que realizó sobre sí mismo al ingerir cientos de plantas y pócimas. En aquel aquelarre de automedicación, fiesta de adolescentes de la humanidad en la que ésta probó de todo, se encontró con el cannabis vio que era bueno y escribió sobre él recomendándolo para ciertas dolencias.
Sin embargo, si nuestro propósito es llegar a algo que genuinamente ha dejado rastro, el Avesta es el manuscrito en el que fue por primera vez mencionada nuestra planta en su contexto. En este libro se describen los rituales zoroastrianos y se da cuenta del uso de la planta como incienso de poderosos efectos. Se habla de la técnica de brasero abierto, que consistía lanzar grandes trozos de hachís sobre piedras calientes, en un recinto sellado para impedir la salida del humo- según lo trata María Mercedes Molina, historiadora del tema.
Con estos botones de muestra, parece que solo nos queda decir que es tan remota su aparición escrita como la planta misma; pero esto último no debe dejarnos desahuciados como si nunca pudiéramos encontrar respuesta, ya que lo que buscaremos en esta columna no es donde está labrada la palabra mariguana, sino donde ha dejado su rastro en la literatura, aunque haya preferido el anonimato. Esperemos dar al clavo con esto.