Al Jorobas,
quien va saliendo del
penal de Atlacholoaya,
donde estuvo desde el día que la
Virgen de la Marihuana lo abandonó.

Llegamos un martes de plaza a Ozumba, era el mes de noviembre del año 2008. Nos confundimos entre marchantes y comerciantes para entrar directo, y sin retenes, a los Altos de Morelos y así poder llegar a Hueca; un pueblo como muchos que habitan en todo México, que se dedican al trasiego, venta y cultivo de marihuana, y a sabiendas de la policía y todos los pueblos alrededor.

Como cada vez que llegábamos a Hueca, arribábamos por el kilómetro 18 y descendíamos por la capilla de la Virgen de la Marihuana, que se ubica en la barranca de San Juan. Atravesábamos todo el monte sin que nadie se percatara, simple seguridad, en estos lugares la gente sabe que no eres de ahí y suponen que llevas una moneda para intercambiar por yerba o que los pones en riesgo; los cuerpos y carros que yacen en la barranca así lo demuestran.

La expedición. Foto: Autor.
La expedición. Foto: Autor.

Esa vez avanzamos cerro arriba, llegamos hasta la loma donde vivía nuestro amigo el M. Como era tiempo de cosecha toda la familia limpiaba la marihuana que habían sembrado durante el temporal, en el suelo yacían cientos de kilos de marihuana distribuidos sobre lonas de gran tamaño. Después de saludarlos nos invitaron un toque en papel del mismo nombre y nos acercaron un costal con mota ya limpia. Pura sativa mexicana, cepa preservada durante todo el siglo XX.

Desde que llegamos la primera pregunta fue cómo había estado el camino y, obvio, respondimos que como siempre, Ozumba plagado de policía estatal y federal, y el camino de retenes de la policía municipal; de hecho, esa vez nos habían parado y revisado la combi del servicio de transporte, “un día normal” le dijimos. Pónganse vergas respondió, “ya se la saben, aquí hay que estar con cuatro ojos banda”, y siguió tijereando la cannabis. La tarde continuó como si nada, escogimos 3 kilos de chutama de excelente calidad, pura punta cola sin aplastar e hicimos el clavo como de costumbre, pues partiríamos en el camión de las cuatro de la mañana, el más seguro para coronarla. Era muy cagado porque en él viajaban muchos policías que trabajaban en la CDMX y nunca lo paraban los retenes, ya sabrán la clásica clave de policías –que paso parejas, bríndenos la atención. 

Esa tarde después de comer un excelente caldo de gallina de campo y recordar a qué sabe el pollo, vino la escena surreal del México profundo que desconocía, las campanas de la iglesia empezaron a sonar con la clave “va a haber operativo”. Todos en el pueblo sabían lo que tenían que hacer y tenían 30 minutos antes de que arribara la policía de Morelos al lugar. El pitazo era certero y salía desde Cuautla. M dijo que levantáramos las lonas con mota y las aventáramos al barranco. El hijo mayor de M gritaba que le hiciéramos el paro y nos llamó, corrimos hacia su carro que hace mucho no lo movía por una falla en el motor y empujándolo lo llevamos a la barranca grande. Me dijo que el carro era chocolate y no quería pedos, regresamos y veíamos como varias familias hacían lo mismo, sólo se oía el gran estruendo de los carros caer más de 100 metros.

La epifanía. Foto: Autor.
La epifanía. Foto: Autor.

Las campanas no callaban y la adrenalina subía, íbamos y veníamos con costales de mota que aventábamos al barranco, uno de sus hijos de M, que era 18, llegó a toda velocidad en la moto y dijo que venia algo grande, que venían guachos, estatales, federales y la ministerial, que eran como 50 camionetas repletas de pelones. Mis amigos y yo sólo nos mirábamos y nos limpiábamos todo rastro de mota en manos y ropa, tiramos todo lo que nos comprometía como, sábanas, hitters y pipas, no sabíamos a lo que nos enfrentaríamos. En ese momento vimos las primeras trocas de policías, ya venían en Ocuituco. M dijo que iban a parar de cabeza todos los cantones y que iban a revisar casa por casa.

A los 5 minutos ya estábamos rodeados de militares que nos ordenaban a todos tirarnos al piso, quien iba a cargo decía en voz alta que si no teníamos broncas no había de qué preocuparnos. El primer cantón que revisaron fue el del hijo del M y oímos cómo rompían el candado que ilusamente minutos antes había puesto S con la idea de que no iban entrar. Se oía como revolvían todo el cantón y salían con lo que podían robar, lo vimos porque en ese momento el teniente ordenaba que nos separaran del grupo y nos llevaran al camión de la militar. Mis dos compas y yo, que íbamos a la misión, avanzamos con las manos en la cabeza y con los M1, las 9 y los R15 apuntándonos; –qué hacen aquí y a qué se dedican, dijo rápidamente el jefe de los militares, -somos estudiantes, respondimos y dijo que nos identificáramos, sacamos las credenciales y mencionamos que hacíamos trabajo de campo. Le dio las credenciales a la Estatal y dijo que buscaran en la base de datos.

Cola Hulk. Foto: Autor.
Cola Hulk. Foto: Autor.

Veíamos como seguían revisando casas y deteniendo gente que subían al camión donde permanecíamos custodiados por las metralletas de que nos vigilaban. Varios de esos rostros eran conocidos, gente con la que habíamos fumado o compartido el trago. Sólo nos veíamos.

Tras casi 2 horas que duró el operativo, y con 27 detenidos, partimos hacia el penal de Atlacholoaya. Al llegar separaron a los otros 24 y nosotros fuimos conducidos al MP del penal. Lo chulo es que no habían topado nada en la casa del M y mostrándole al juez la carta oficial de la Nacional de Antropología, que señalaba que estábamos en trabajo de campo por la tesis -la cual siempre llevábamos con nosotros-, nos liberó a la voz, antes de que se le hiciera novela el apañón; no sin antes darnos recomendaciones sobre el lugar, como queriendo venderle chiles a Don Clemente Jacques.

Salimos a la calle y prendimos el toque que el Loquillo había clavado en su cartera, el cual nunca desafanó por ese amor fiel a la planta.