Esa noche nunca imaginé terminar el día de esa manera. Acabé de cenar y recordé que en el refrigerador tenía esa mermelada mágica de bubble hash que me acababan de regalar. No dudé ni un segundo y partí un bolillo como buen chilango, lentamente unté el pan con la mermelada y comencé a disfrutar el placer producido por la ingesta del edible sabor a weed y fresa. El placer producido en mis papilas gustativas fue suficiente para no dejar pasar la oportunidad y untar nuevamente la otra parte del bolillo. En mi cerebro se prendió la alerta por el hecho mismo, pero ya era demasiado tarde, la torta de mermelada yacía en mi estómago.

Durante los primeros minutos no pasó nada. Aproveché para poner una película y esperar el efecto deseado, durante toda la movie mi comportamiento fue normal, cuando acabó y me pare al baño vino el primer presentimiento. Mi cuerpo empezaba a ser presa del producto consumido, no me alteré y regresé a la cama tratando de controlarlo, fue en vano, el efecto seguía en ascenso y la mente que hace unos minutos lo razonaba todo, ahora se angustiaba. Traté de mantener la calma, me paré y volví a encender la computadora, me dije “sólo es cuestión de tiempo, ya pasará”, pero ¡ni madres! Al contrario, sentía como el sistema nervioso central se atrofiaba y las letras del monitor me bailaban, intenté ir al baño y pero las piernas me temblaban, tuve que llegar deteniéndome de las paredes. Me llevaba continuamente las manos a la garganta para detectar mi pulso cardiaco y, efectivamente, se me estaba subiendo la presión, la garganta se me estaba secando muy cabrón y respirar se estaba volviendo complicado. Traté de sentarme a escribir y ¡oh my god!.

Volví a salir de la recámara y traté de jalar aire fresco, sabía que si me desesperaba podía entrar en un cuadro de psicosis porque la ansiedad ya estaba instalada en mí. Bajaba y subía a la azotea tratando de canalizar el viaje, entré nuevamente al baño y sólo pude ver el rostro de un cabrón al que apodan Gasparin, fue cuando pensé “me está dando la paleta, fuck”. Desperté a mi esposa y le pedí sí podía ir al refri a ver si había un yogurth, se me quedó mirando y me preguntó con voz seria si estaba fumando piedra pues estaba sudando, le dije que no, que me estaba pasoneando con la mermelada; me dijo que si le llamaba a Gustavo el doctor, fue cuando explote de risa, me imaginaba llegando a las dos de la mañana al consultorio y al doctor preguntando “¿y ahora mi querido Eduardo?”, jajajajajaja, me seguía riendo de desesperación, “no, no le llames”, le dije a mi esposa “mejor acompáñame a afuera, pero ayúdame que no puedo”, alcancé a decirle.

Al salir nuevamente al patio aún no podía respirar bien. Tenía la garganta extremadamente seca, tomar agua era como si pasara sin tocarla, sentía que me estaba asfixiando y recuerdo que le dije a Lu que no se asustara si me desmayaba, que sólo checara que siguiera respirando y tratara de mantener la calma. Fue cuando ella me preguntó que qué se hacía en estos casos ¡que yo era el especialista!, le dije que era momentáneo, que era normal y pasaría, pero el efecto farmacológico de la mota decía lo contrario. Es más, el efecto se estaba manifestando en taquicardia y mi rostro palidecía cada vez más, sabía que en cualquier momento daría el tablazo.

Fue cuando vinieron a mí mente las clases del diplomado en adicciones que cursé, sabía que la mota fumada baja la presión y la comida la aumenta, ¿qué tenía que hacer?, pues meterme un antídoto, algo que contrarrestara el efecto. Recordé que en el refrigerador guardaba tremendo caguamón y dije “a huevo, necesito un depresor del sistema nervioso”, e inmediatamente abrí la cerveza y sorbí el primer y el segundo vaso a una voz. Poco a poco recobré el color de mi piel y mi esposa dijo que ya se me había quitado la pálida y ya no sudaba, la respiración gradualmente se estabilizó y cuando acabé la cerveza alcancé a decir “a que Doña Diabla me aplicó la broma, jajajajajaja”. Ya eran las tres de la madrugada.

Al otro día por la mañana regalé la canija mermelada a un amigo con la intención de aplicarle la broma y juré jamás meterle a los comestibles, al menos de tan golosa manera.