“Como en cualquier viaje fuerte de ácido, en Los Diarios del Ácido hay tanto angustia existencial como bienaventuranza cósmica y muchos estados intermedios. Es un clásico contemporáneo de la exploración psicodélica personal".

Michael Horowitz

La madre de Christopher Gray, el autor de Los Diarios del Ácido*, tenía un problema psiquiátrico y fue tratada con LSD cuando Sandoz lo regalaba a los psiquiatras para que lo probaran. Poco a poco, después de una docena de sesiones y a pesar de haber abandonado el tratamiento, su vida cambió y por primera vez logró tener un trabajo estable y reorganizar su vida.

Continuando los pasos de su madre, Christopher decidió experimentar con LSD al enfrentar una crisis personal. Optó por escribir todas sus experiencias, siguiendo una sugerencia de Terence McKenna acerca de que se requerían más “diarios de exploradores”, para que la ciencia pudiera revisarlos en conjunto y explicar mejor qué hacen los psicodélicos y para qué pueden servirnos.

Portada del libro Los Diarios del ácido. Imagen: erowid.org
Portada de Los Diarios del ácido. Imagen: erowid.org

En resumen, observó que cada nueva experiencia continuaba donde se había quedado la anterior y que una inteligencia superior parecía estar guiándolo a través de un proceso:

“Era difícil no ver al ácido como algo parecido a una entidad inteligente con autonomía de acción (…) Tienes que pasar por una etapa preliminar de sanación y cambio moral. No puedes saltar directamente al auto entendimiento, que es precisamente el eslabón entre la experiencia mística y vivir una vida verdaderamente mística.”

Christopher Gray decidió experimentar solo. Inició tomando 200 mic una vez cada dos o tres semanas adaptando a su estilo el modelo terapéutico propuesto por Stanislav Grof: con los ojos cerrados y escuchando música. Después de un rato los abría y miraba fotografías suyas y de su familia y “conversaba” con ellas. De esta manera comenzó a tener recuerdos biográficos que le ayudaron a comprender de manera distinta lo que le hacía sufrir:

“Abandoné a mi madre y la dejé a su suerte. Tenía 19 años. Simplemente no podía manejar su insanidad… Antes de este viaje no había admitido frente a mí mismo que eso fue lo que hice. La emoción se sintió tan cruda que no podía creer que habían pasado 40 años. Donde sea que las memorias se almacenen, es algo que está más allá del tiempo tal como lo conocemos.” 

Después pensó que aquel entorno tan controlado condicionaba su experiencia y deseo tener más libertad. Salió a los bosques cercanos a su casa, aumentó la dosis a 250 mic y escuchó música polifónica sacra del siglo XV (Hildegard, Ockeghem’s Requiem). Llegó a considerar los cantos acapella como una “herramienta psíquica”, pues al ver la luz del sol mientras los escuchaba tuvo la primera experiencia mística de su vida:

“Podía ver la luz misma. Antes pensaba que era un medio, pero no pude estar más equivocado. Todo estaba hecho de luz. La luz era santidad misma. Al mirar directamente al sol en el ocaso invernal, profundidad tras profundidad, radiación tras radiación, se revelaban en su interior. Vagamente pude ver patrones geométricos transparentes, una intrincada estructura como los copos de nieve, amarillo, blanco, ámbar lentamente dentro y fuera unos de otros, moviéndose instintivamente con lo sagrado.”

Imagen: thedailybeast.com
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Después de un tiempo comenzó a tener experiencias demasiado confrontantes para él: 

“Estaba al borde del terror cósmico. En mis picos de paranoia temía que hubiera algo peor que el dolor físico allí afuera, algo realmente malo, algo que sólo recordaba vagamente de mis pesadillas de niño, algo que era malvado.”

Sabía intelectualmente lo que debía hacer, según Grof, o sea, rendirse ante su aniquilación para salir del otro lado hacia una experiencia positiva de reconstrucción; pero no lograba hacerlo. Su miedo llegó a ser tanto que decidió dejar de usar LSD. 

“De alguna manera el ácido había catalizado un proceso que continuaba sin la acción del ácido. (…) Me di cuenta de que me sentía especial y me había puesto metas imposibles de lograr para compensar el hecho de que fui un niño no deseado. (…) Gradualmente esta revisión de mi vida que aún continuaba, comenzó a incrementar mi sensación de disociación del ser con el cual me había estado identificando ciegamente. Ocurrió casi imperceptiblemente, durante un periodo de meses.”

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Tas acompañar a una amiga en su tránsito a la muerte, Gray sintió que algo en él había cambiado, por lo que reanudó sus experiencias. Resultaban aterrorizantes y gozosas en la misma sesión pues literalmente lo llevaron a la pérdida del ego. Se experimentó a sí mismo en otros cuerpos y sin cuerpo. 

Después de esto, durante varias sesiones únicamente experimentó síntomas como vibraciones fuertes en las piernas, accesos de tos, náuseas y malestar corporal. Consideró que se trataba de liberaciones o reacomodos bioenergéticos. Para salir de esa racha decidió “confiar en la sabiduría hippie que dice que más LSD es mejor que menos si no quedarte en medio teniendo problemas”. Aumentó su dosis a 350 mic y funcionó:

“Por unos momentos vi la mente de Dios. Todo era igual. Ese era el secreto. Toda la creación era una sola pieza. Los problemas, y esto era tan claro como una campana, nunca podrían resolverse, sólo podían trascenderse. Todo lo que puedes hacer es retroceder un paso hacia un marco más grande e inclusivo; y en el marco mayor las cosas son perfectas tal como son.”

Finalmente, después de confrontar su deseo inconsciente de morir, encontró lo que estaba buscando, una experiencia mística profunda y transformadora:

“El mundo estaba transfigurado y yo estaba mirando a la Deidad. Toda la fuerza había abandonado mi cuerpo. Pensé que iba a llorar o me iba a desmayar, ya que esto era lo que siempre había querido: Saber que este mundo y lo sagrado son uno y lo mismo; saber que no hemos sido abandonados y nunca lo seremos.”

A partir de allí el deseo de seguir explorando le abandonó durante mucho tiempo y pensó que ya no iba a volver a tomar más ácido, pero eventualmente lo hizo después de leer varios libros de Grof y otros autores que le ayudaron a asimilar lo que había experimentado. Sus últimos viajes le sirvieron para “aterrizar” en el campo del activismo político los valores de solidaridad y compasión cristianos que recordó y profundizó a lo largo de su travesía psiconáutica.

 

* Christopher Gray, The Acid Diaries. A psychonaut’s Guide to the History and Use of LSD, Park Street Press, Toronto, 2010.

Más información en: www.mind-surf.net/drogas/lsd.htm