Eduardo Zafra

Existen lugares en el México profundo donde el trabajo de la siembra de mariguana tiene una relación directa con la magia desde que se bendice la semilla hasta que se corta, distribuye y fuma la bendita planta.

Y esto fue lo que ocurrió esa mañana de noviembre cuando despertamos sobre costales de mariguana que utilizamos como cama, había sido una larga jornada de manicurado de 300 plantas. El proceso de cultivo había sido desgastante, inició cuando se bendijeron las semillas en la misa del dos de febrero, día de la Candelaria, y terminó con el corte del dos de noviembre, día de celebración de muertos y cierre de temporal. Nueve meses de trabajo para ver florecer esos pinos sativosos de cuatro metros de altitud, pero la etapa más difícil estaba por venir, colocar la mercancía en el “Chilango” evadiendo los retenes de diferentes corporaciones policíacas que se colocan cuando es temporada de cosecha. Sin embargo esta actividad es tradicional en el pueblo, y se ha aprendido desde inicios del siglo XX cuando se llevaba la cannabis hasta la estación San Rafael del ferrocarril, y desde ahí se transportaba hasta la estación San Lázaro, para después distribuirla por la ciudad en costales de 10 y 20 kilos.

Esa mañana la lumbre tronaba de manera especial, una señal de que alguien llegaría. Minutos después, a lo lejos, se escuchó un “silbido de pájaro” anunciando la llegada de alguien de confianza al clavo, respondimos también de “silbido de pájaro” para anunciar nuestra presencia en el lugar. Inmediatamente apareció Mundo entre los matorrales de la maleza, dijo que poncháramos y que lo acompañáramos a cazar un coyote, había soñado con él y sabía más o menos dónde se encontraba. Miré al Ram lleno de incertidumbre y asombro, y nos pusimos de pie a una voz. Mientras prendíamos el joint y guardábamos provisiones para el camino le pregunté a Mundo:

–¿Cómo que a cazar un coyote?, –Si. Necesito hacer un amuleto para pasar esos costales al chilango y lo único que me hace falta es el colmillo de coyote. ¿Si quieren ir o se quedan? -mirándonos para apresurarnos-. Debo darme prisa porque necesito encontrarlo antes que me ganen con el diamante.

–¿Cuál diamante Mundo?

–El que tienen los coyotes en la frente, ¿no sabes que ese diamante lo puedes tener sólo cuando se acaba de morir el animal?

–Oye Mundo ¿y la “cuasclera” nos la vamos a llevar?

–¿Para qué? A ese animal no puedes matarlo con balas ni con nada. Lo único que tenemos que hacer es encontrar su rastro y seguirlo hasta dar con el animal.

–¿Y cómo vamos hacer eso?

–Lo primero es dar con la barranca que soñé y como no fue muy claro vamos a tener que revisar las tres barrancas que van hacia Ocoxal, estoy casi seguro que es la principal, la que baja desde el Popocatépetl.

 

Caminamos por la barranca. Era increíble ver a Mundo reconocer casi todas las pisadas de animales que encontrábamos a nuestros pasos.

–Este es rastro de Tlacuache. Aquel de serpiente pueden ver como va arrastrándose. Ese otro es de correcaminos, lo conozco perfectamente, hace poco fui tras uno.

–¿Y el de coyote cómo es Mundo?

–Como el de un perro, respondió.

Revisamos las barrancas pequeñas y dijo:

–¿Ya ven? Se los dije, es en la principal. Ahora recuerdo este cedrito en el sueño.

 

Y nos adentramos a esa inmensa barranca con el corazón y el marco teórico lleno de desconcierto. En realidad no creía que fuéramos a encontrarlo. Pero en ese momento Mundo se arrodilló para ver con precisión unas huellas:

-Son de ayer -dijo. Caminemos aprisa, ya le anda por morir.

Yo ya iba preparando la cámara, la presión sanguínea aumentaba. Media hora después llegamos a lo que parecía un altar natural, cubierto de helechos y musgos. Era como asistir a un encuentro con la muerte, como cuando vas a una misa de cuerpo presente, esa sensación invadió mi cuerpo. Pude ver como Mundo se arrodillaba frente al cadáver amarillento del coyote e inmediatamente prendía un cigarro de mariguana que le ofrendó.

Dijo que un brujo nos había ganado el mandado y señaló la frente del animal, parecía que le habían pasado una máquina de rasurar. Se apresuró a obtener el colmillo que necesitaba y mencionó que se le había ido un varo en el diamante: –En el pueblo te dan hasta 500 varos por el ¿no ves que es muy poderoso? Si tu vas al monte y llevas el rifle y te encuentras con un coyote, si quieres matarlo la pistola no dispara, alzas la pistola al aire y el tiro sale re bien, el coyote es el animal más abusado del bosque -Mundo tomó su colmillo y nos invitó a obtener uno-. Pa’ que los cuide banda, es el mejor amuleto que pueden obtener del bosque, a mi era lo único que me faltaba.

 

De entre sus ropas sacó una caja de cerillos y lo depositó dentro. Le pregunté si ese era su amuleto y afirmó con la cabeza. Le pregunté si podía verlo, y aunque asintió, enseguida me dijo que mejor le tomara una foto, porque tenía mucho poder y era mejor que no lo viera directamente mucho tiempo. Me apuré a tomar la fotografía y pude ver dentro de la caja el cascabel de una serpiente de siete años, pelo de la frente de otro coyote, colmillos de víbora de cascabel, el colmillo recién cortado y unos cerillos.

A Mundo se le veía contento, mencionó que con eso la tira se la iba a pelar:

-Si vas en la carretera y se te atraviesa la tira, solo lo sacas el amuleto, lo agitas y la tira en corto te da el paso.

–¿Pero cómo funciona?

–¿Cuál  es el animal más peligroso del bosque? -preguntó Mundo a su vez- pues la víbora de cascabel. ¿El más astuto e inteligente? el coyote. Y el fuego si lo tocas te quemas. ¡Si son inteligentes lo entenderán! Por ahora necesitamos un bajón.

 

Tomó su machete y con el toque en la otra mano avanzó hacia el pueblo. Volvió a encender el cigarro y siguió caminando, dejando en la barranca ese olor dulzón de la sativa.