“Aquel que te invita una droga no es tu amigo, es tu hermano”, esta provocadora e incorrecta frase la leí hace varios años en el baño del bar “Mestizo”, aquel legendario after de la colonia Roma, que lamentablemente cerró sus puertas hace al menos 12 años. Era un espacio de convivencia artístico cultural que convocaba a los personajes más representativos de la vida nocturna de aquel entonces, pero también, hay que decirlo, tenía una discreta tolerancia para el consumo de sustancias prohibidas. Hasta ahí llegaban regularmente algunos de los dealers preferidos de la comunidad cultural, generándose dinámicas casi siempre civilizadas y respetuosas de la convivencia nocturna.

Recientemente hubo un gran escándalo en Ciudad Universitaria con relación a los dealers. Obviamente la principal razón fueron los episodios de violencia que ahí ocurrieron (lo cual siempre hay que rechazar). Habría que advertir que, desde antes que existiera CU, ya muchos jóvenes estudiantes de nuestra máxima casa de estudios, algunos más aplicados que otros, ya consumían la cariñosamente llamada “Juanita”, por eso resulta esquizofrénica la actitud de la rectoría universitaria por radicalizar la persecución del narcomenudeo, cuando en la misma UNAM se han realizado foros, trabajos académicos y varios libros advirtiendo que las políticas prohibicionistas fracasaron.

Como dijera la prestigiada fotógrafa Paulina Lavista, en una entrevista que yo le hice: “Tengo amigos que en la prepa se la pasaban todo el día marihuanos y ahora son gente productiva y normal. Fumar marihuana es una forma de resistir la batalla de la vida diaria, produce una pequeña euforia relajada. Creo que es buena, no tengo nada en contra de ella”. Pero más allá de las preferencias de consumo y de sus propiedades medicinales o sus riesgos en el abuso (que también los hay, aun cuando nadie se ha muerto de una sobredosis de marihuana), existe un consenso desde las instancias académicas y científicas (la mayoría prestigiados intelectuales, médicos, sociólogos, antropólogos y abogados egresados, profesores o investigadores de la UNAM), de que la prohibición se ha convertido en la verdadera causa de muerte, violencia, corrupción y descomposición social, más que el consumo mismo de todas las sustancias ahora prohibidas juntas, obviamente guardado las distancias entre unas y otras.

Pero el motivo de este texto es advertir una perspectiva más humana y desprejuiciada de los llamados “dealers”, “camellos” o narcomenudistas, que muchas veces pueden ser mejores personas que algunos de sus clientes.

Contaré brevemente unas anécdotas de dealers, obviamente con sus nombres cambiados y advirtiendo que todos son vendedores de cocaína (sustancia que también deberá ser legal algún día de acuerdo a diversos estudios científicos), pues la mota circula de una manera casi espontánea, a pesar de la absurda y ridícula prohibición.

La "roca madre". Foto: CZ.
La "roca madre". Foto: CZ.

Alfred

Quedaste de ver a Alfred justo en la esquina de Orizaba y Chihuahua. El buen Alfred , viajaba durante el día en una vieja motocicleta, con chamarra de piel, paliacate rojo y lentes negros, pero por las noches llegaba con su esposa en una destartalada camioneta Renault. Alfred era muy flaco y de voz cavernosa. No la hacía de emoción, acercaba su mano a la tuya y te entregaba el papel mirándote a los ojos. Su frialdad siempre sorprendía, sacabas el billete y lo entregabas con la paranoia de que toda la colonia te estaba viendo, pero no. Alfred te dejaba la mercancía y desaparecía sin decir nada. Tu regresabas al bar apretando entre tus dedos el papelito prodigioso. En una ocasión, se juntó una vaca generosa: cinco papeles. Alfred no traía esa cantidad. “Súbete, vamos a mi chante por lo que falta”, abrió la puerta de su auto y al subir sentiste el vértigo de aventurar otra distancia lejana a tus esquinas de siempre, cruzar de una colonia a otra es un reto para todo chilango y más aun si se trata de la Doctores, en la madrugada y además en compañía del bueno, es otra historia. Subiste a la destartalada camioneta y las calles se fueron haciendo más oscuras cuadra tras cuadra. El auto se detuvo frente a una vieja vecindad. “Ahora regreso”, dijo Alfred guiñando un ojo, pasaron minutos descabellados, la soledad de la calle se llenó de sospechas, la vecindad en la que se metió Alred parecía un agujero negro de donde podrían salir todas los monstruos de la prohibición. No pasó nada, con su mirada arrugada y dura llegó con los postres, regresé al gran after y la fiesta siguió hasta el amanecer. Caminaste de nuevo las cinco cuadras exactas para llegar a tu casa y lavarte la cara y llevar a Emiliano a la escuela, eso pasó varias veces y nunca se te hizo vicio. (Este texto forma parte de una novela que quizá nunca salga a la luz, jajaja).

La venta del día. Foto: CZ.
"La venta del día". Foto: CZ.

A-1

En una fiesta le invité unas rayitas al prestigiado escritor Juan Carlos Velázquez (quien ha publicado memorables crónicas y novelas sobre cocaína), estábamos frente a la tapa del baño, cuando me pidió que no sacara mi bolsita, pues él prefería invitarme de la “lavada” que él traía, me pareció bien, la verdad no me pareció tan buena como la que yo traía y le pregunté como se llamaba su dealer, me respondió casi en secreto: A-1, yo me reí sacando mi bolsita y le dije: “Es el mismo” que nos visita algunas tardes a varios amigos, ambos reímos hasta el amanecer.

A-1 siempre viste muy formal y en general es serio, a veces hasta enojón, pero es un profesional. Una noche estaba en mi departamento hablando del desamor con mi amigo JM Servín, para variar yo no traía dinero y, también para variar, el autor de “Cuartos para gente sola” invitó un postre. Le llamé a A-1 y nos quedamos de ver en la esquin, subí a su auto, hicimos la transacción y salí muy animado, subí los tres pisos y comencé a buscar el fifi. Esculqué todos mis bolsillos, la cartera y nada. Obviamente mi amigo pensó que era una broma, pero no. Bajamos a recorrer los tres pisos y el lugar donde se detuvo el auto y nada. Le llamé de nuevo a A-1 para preguntarle si no la había dejado en su coche y me dijo que no había visto nada y que no estuviera chingando. Pasaron varios días y en otra ocasión le llamé de nuevo, cuando me acerqué a su auto comenzó a reírse. Una vez entregado el postre de esa noche, me entregó otra porción igual, “mira, si la tiraste a un lado del asiento, póngase buso”, espetó. Esa noche creí de nuevo en la humanidad.

Para dividir en gramos. Foto: CZ
Para dividir en gramos. Foto: CZ

A-2

Hace varios años un amigo que trabajaba en la embajada de España me recomendó a A-2, una persona entrañable, fornido y de baja estatura, siempre tiene una actitud respetuosa y está de buen humor. Quizá su único defecto o más bien gran virtud, es que tiene prioridades de gran responsabilidad paternal que no le permiten cumplir con su chamba de tiempo completo, sobre todo en las horas más urgentes para su drogadicta clientela. Siempre lo acompaña su esposa que es igual de buena onda. Hay una característica muy original en la presentación de sus postres: los hay en dos modalidades, una es la bolsita envuelta en papel de estaño y la otra en plástico del que se usa para proteger los alimentos en el refrigerador (justo es para que no huela la bruja blanca, explica). No entraré en más detalles, pero todos los que adquirimos sus postres, contribuímos con el deporte de alto rendimiento en nuestro país, eso es ser un buen padre.

Gramo "bien pesado" para venta. Foto: CZ.
Gramo "bien pesado" para venta. Foto: CZ.

El Diablito

Este dealer más bien es un angelito. Es una de las personas más amable y educada que he conocido (claro que no conozco mucha gente con esas características), vive con su esposa y sus hijos, compone canciones y también les lleva su postre a varios amigos del mundo cultural. Hace poco más de un año me ocurrió algo muy triste, mi querida esposa por fin decidió huir de su borracho marido y después de dar una conferencia, para variar sobre drogas, al llegar a mi casa ya se había ido, llevándose el bistec con todo y refrigerador, como dijera Jaime López. Para colmo no tenía dinero, ni perro que me ladrara. Mi querido amigo Alo Valenzuela me prestó un frigobar, Armando el dueño de la pozolería de mi calle me pregaló chelas durante varios días y Polo rivera, editor de la revista Cáñamo, me consiguió una lavadora. Obviamente mi Diablito-angelito me fió unos postres, le conté lo ocurrido y se quedó muy compungido. Una tarde me llamó para decirme si podía salir, yo pensé que me regalaría un postre, pero no, su esposa me prestaba una parrilla eléctrica para poder cocinar, creo que nunca se la regresé, pero nunca olvido ese solidario detalle.