Al bajar de la montaña, seguimos avanzando hacia Santa Martha. La noche ya caía, pero el olor a marihuana evitaba que te perdieras del camino. Entre los miles de peregrinos trataba de ubicar a los de Iztacalco, donde venía Nancy. Desde lo alto de una piedra pude verla a lo lejos y esperé a un lado del camino, poco a poco fue pasando su grupos.

Ella se acercó con una cerveza en la mano y me invitó con una señal, me dijo que le invitara un toque, que lo ponchara. Y no lo pensé dos veces, en la bolsa todavía había como medio kilo de material sativoso procedente de la región del volcán. Me preguntó dónde iba a dormir, le contesté que iba a continuar caminando hasta Ocuilan, me tomó de la mano y dijo que me acompañaría hasta la salida del pueblo. A lo lejos pude ver al San Pedro que ya avanzaba hacia el túnel de magueyes que llevaba al santuario de Chalma, me despedí rápidamente para no perderme, pero dijo que quería verme al final del camino.

Del Ajusco a Chalma. Foto: Eduardo Zafra.
Del Ajusco a Chalma. Foto: Eduardo Zafra.

Faltaba un túnel de magueyes para llegar a Ocuilan, cuando me percaté que ya eran las 10 de la noche. Le pregunté al San Pedro dónde dormiríamos y dijo que junto al ahuehuete, el árbol sagrado que chorrea agua en sus raíces. Le pregunté sí faltaba mucho, a lo que respondió que atrás de la cordillera se encontraba el “patrón”.

En ese momento mi rodilla derecha ya venía puteada, cada paso que daba me producía un dolor cabrón. Una señora como de 60 años que pasaba junto a mí me ofreció una pastilla cuando me disponía a ponchar otro toquesito, “¿de cuáles trae?” le pregunté, y respondió que traía rebotes, “¡neta?” alcancé a decir, cuando pude ver la tira de píldoras color rojo que sacaba de sus chichis. “¿Son originales o clones?” le pregunté, a lo que ella respondió con una sonrisa “pruébelas y me dice joven”. Iba a sacar dinero para pagarle, pero ella presurosa me dijo “no se moleste, un chalmero siempre ayuda a otro chalmero”. Me chingué las clonazepanes con una chela y, ya con el tercer huevo puesto, seguí avanzando hacia Chalma tratando de alcanzar al San Pedro.

Todos los caminos llevan a Chalma. Foto: Eduardo Zafra.
Todos los caminos llevan a Chalma. Foto: Eduardo Zafra.

Metros adelante me topé con el grupo de compas que iban de Tepito, me preguntaron si me la fumo, tomo o inhalo, y yo les pregunté si traían activo. Me vendieron una mamila y, entonces sí, el pinche dolor de la rodilla desapareció en corto. Cuando alcancé al San Pedro mi habla ya era imperceptible, dijo que descansara y que mañana avanzaríamos a las cuatro de la mañana. Miré el reloj, ya casi eran las 12 de la noche, le mojé una mona al San Pedro y me salí del cuarto que habían rentado para pasar la noche.

Fui a la tienda a comprar una cerveza y ahí bebían agradablemente unos compas de la Morelos, repartían comida y café con pan de dulce a los peregrinos. Compré una cerveza y me acerqué a invitarles unos toques, todos aceptaron y cada quien se forjó el suyo. Ellos venían de la famosa esquina conocida como el 33, muy cerca del altar a la Santa Muerte, y traían una cruz donde estaban tallados todos los nombres de los peregrinos chalmeros que habían fallecido en estos años. Ya llevaban varias décadas viniendo a Chalma. Pasé la noche escuchando historias de malandros, rateros, chineros, tiradores y homicidas, así llegaron las 4 am y ví como el San Pedro salía y prendía un cohete que traía cargando desde Santa Cruz Meyehualco, nuestro barrio. Poco a poco la calle se fue llenando de gente y, en poco tiempo, avanzamos rumbo al santuario en una interminable fila de lámparas que se movía al ritmo de los peregrinos.

El bosque de camino a Chalma. Foto: Eduardo Zafra.
El bosque de camino a Chalma. Foto: Eduardo Zafra.

Amanecía cuando llegamos a Chalma, el Cerro del Tambor se alzaba majestuosamente frente a nosotros. San Pedro me llamó y me dijo que me iba a coronar y que tenía que bailar con el violín, que era la costumbre para los que venían a ver al patrón por primera vez. Compró una corona de rosas y me la puso en la cabeza, me dijo que me apadrinaba y que pidiera unas chelas para festejar. Desde ahí, cada año se hizo costumbre hacer una parada en el chelarama que está a la entrada del pueblo, para refrescarnos y celebrar nuestra llegada a pie al santuario.

Faltaban pocos metros para llegar a la meta final de los 60 kilómetros a Chalma. Ver las muestras de fe de la gente que acude al santuario fueron suficientes para pensar que lo de mi rodilla era una inflamación menor, aunque en ese momento me resultaba mejor caminar de espaldas pues, curiosamente, el dolor se acrecentaba si caminaba de frente. El bastón que le compré a unos niños en el bosque era mi paro, avanzaba y un sentimiento de agradecimiento con la vida me embargaba, nunca en mi vida había caminado tanto en 24 horas. “Agradece -me dijo San Pedro-, aquí no se viene a pedir se viene agradecer”. Y así lo hice. Agradecí estar vivo y entendí perfectamente a qué veníamos todos, veníamos a ofrendar el sacrificio de la caminata para seguir rifando en el barrio y en la vida.

Las ofrendas del Chalmero. Foto: Eduardo Zafra.
Las ofrendas del Chalmero. Foto: Eduardo Zafra.

Ahora, cada año regreso caminando a Chalma, siempre buscando a Nancy, a quien ya nunca he vuelto a ver, pero a quien cada año recuerdo en mi camino a Chalma.

 

Aquí puedes leer El Camino a Chalma I.