"De los colores bermellón amapola y verde mariguana. Sin límite se ha hecho uso de tan formidable arma, aclarando que no somos corruptores ni traficantes de drogas. Simplemente aprovechamos la afición de la muchachada por la sagrada lechuga que los enardece, y por la goma que los hace soñar y encontrar el paraíso en la tierra, sin necesidad de usar ataúd y tumba. Antes de la huelga, en y tal vez después de ella seguirán fumando mariguana y no llevamos ese cargo en la conciencia."

El consumo de sustancias psicoactivas ha tenido varios fines políticos a lo largo de la historia. Algunos han culpado a las drogas como una herramienta útil para disuadir movimientos sociales, bajo el supuesto de que sus efectos han servido como un “distractor” de los activistas o en casos más graves los “enervantes” han servido para afectar sus capacidades mentales. En otros momentos, las drogas han sido un estandarte de algunas movilizaciones y en otros han sido utilizadas para criminalizar los movimientos sociales.

El uso de algunas drogas ilícitas, sobretodo de marihuana, estuvieron presente entre algunos miembros de los movimientos estudiantiles y contraculturales de las décadas de 1960 a 1970. Sin embargo, para algunos esto fue un útil pretexto para desprestigiar y criminalizar las protestas  de la época.

Ejército tomando Ciudad Universitaria durnte octubre de 1968. Foto tomada de Flickr.
Ejército tomando Ciudad Universitaria durnte octubre de 1968. Foto tomada de Flickr.

Tal fue el caso del Teniente Coronel y Licenciado Manuel Urrutia Castro, autor de una serie de artículos que fueron publicados de julio a octubre de 1969, en la revista Impacto. En éstos textos el coronel atacaba  “las falsas imputaciones que se han hecho al ejército", exaltaba las hazañas del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz y señalaba lo pernicioso del movimiento estudiantil; para así justificar la intervención de la milicia durante las protestas del 68.  

Para describir las movilizaciones de 1969 el licenciado Urrutia uso adjetivos como "una lucha cobarde y aconsejada" e "irracional", que se trataba de un "maquiavélico plan" promovido por "extranjeros vende patrias", "agitadores rojillos" que representaban un peligro para la democracia.  A los estudiantes los consideró como "ingenuos", "idealistas" y con "ofuscados cerebros", debido a que habían sido contaminados por "el virus rojo" del comunismo, pero sobretodo porque gustaban de ingerir algunas drogas.

Imagen en CU durante manifestaciones del 68. Tomada de “El ejército y el movimiento de 1968”, Impacto, 1969.
Imagen en CU durante manifestaciones del 68. Tomada de “El ejército y el movimiento de 1968”, Impacto, 1969.

Durante septiembre de 1968 el ejército tomó y desalojó Ciudad Universitaria. Según los escritos de Manuel Urrutia los militares encontraron en las facultades gran cantidad de propaganda en contra del gobierno, aulas escolares transformadas en habitaciones de “los revoltosos”, fotografías pornográficas, preservativos, botellas de licor vacías y cigarrillos de marihuana. Además calificó a las instalaciones universitarias como "centros de operaciones subversivas  y en especies de prostíbulos", "en vulgares garitos y tugurios, por la intervención asesina de quienes proveyeron de drogas a los estudiantes para enloquecerlos con la maldita sustancia alucinógena, que por desgracia está haciendo pedazos a la juventud".  Al teniente esto le sirvió como argumento para desacreditar los movimientos de protesta y preocupado por el consumo de drogas dio su "más desesperado grito de alarma para que las autoridades encargadas de la salud pública emprendan la más enérgica y amplia campaña para erradicar este espantoso mal".

Para el Lic. Urrutia era preocupante "la afición de la muchachada a la lechuga sagrada", por lo que propuso "que la campaña que ha venido desarrollando el gobierno se intensifique a su máximo para combatir el terrible mal de los estupefacientes". Además consideró la necesidad de reformar la "legislación penal en lo tocante a la penalidad que se impone actualmente a los traficantes de drogas. Mencionó que el delito contra la salud en el caso de los traficantes, ameritaba la mayor de las penas. Es decir, que se impusiera “a estos genocidas, que maquinan en la oscuridad del anonimato, ¡la pena de muerte! Y que se ejecute sin contemplaciones, sin indultos, ni nada que valga para el escarmiento de estos malhechores".